Si las dietas funcionaran no pasaría mucha gente a dieta casi toda su vida, al menos eso es lo que me dijo en su día una nutricionista. ¿Vivir a dieta es saludable? ¿Las dietas realmente funcionan? ¿Cómo podemos reconciliarnos con nuestra imagen? Una experta en nutrición emocional nos da las claves.

El verano y las dietas

El verano supone un verdadero reto para muchas mujeres que sufren complejos y que no se sienten cómodas en la piscina o en la playa. La dieta se convierte entonces en una constante en sus vidas, entendida como un enfoque de alimentación que les lleva a perder peso. Pero ¿son las dietas son efectivas? May Morón, experta en nutrición emocional, aceptación corporal y hábitos saludables, explica que “las dietas no funcionan. Al menos, no como prometen. Si de verdad lo hicieran, bastaría con hacer una o dos a lo largo de la vida. Pero la realidad es otra: muchas mujeres viven atrapadas en un bucle de dietas que empieza con ilusión y termina con culpa, efecto rebote y una relación cada vez más complicada con la comida… y con su cuerpo. Y no es porque no tengan fuerza de voluntad. Es porque las dietas están condenadas al fracaso desde el principio”.

¿Puede ser que la dieta sea un punto de control sobre una realidad que no se termina de aceptar? “Hay algo que suele repetirse en quien empieza una dieta: una profunda insatisfacción con su cuerpo. Y con esa incomodidad como punto de partida, se busca la solución en el control. En un menú. En una tabla. En reglas externas. Pero las dietas restrictivas, lejos de ayudar, nos desconectan de algo muy valioso: de nuestra sabiduría interna. De nuestras señales de hambre, de saciedad, del placer de comer, y también de la confianza en nosotras mismas”, apunta la experta, y añade: “El cuerpo y la mente no están diseñados para vivir eternamente en modo escasez. Y cuando no aguantan más, llega la ‘desobediencia’: el atracón, el descontrol, el ‘ya da igual’. Lo que muchas viven como un fracaso personal, en realidad es un acto de rebeldía biológica y emocional. El cuerpo no falla. El cuerpo se defiende”.

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Más allá de la dieta: la mentalidad

Según expone la experta, no basta con decir “no haré más dietas”. Porque el verdadero problema no es solo el plan de comidas. Es la mentalidad que las sostiene: esa que dice que solo vales si adelgazas, que la comida hay que ganársela, que hay alimentos 'buenos' y 'malos', que cuidarse es sinónimo de exigirse. “Salir de esa mentalidad implica cuestionar muchas creencias que tenemos tan integradas que ya ni las vemos. Requiere preguntarse: ¿Alguna dieta me ha hecho feliz de verdad? ¿Tengo mejor relación con la comida que antes? ¿Estoy más en paz con mi cuerpo? Si la respuesta es no… entonces quizás ha llegado el momento de dejar de hacer siempre lo mismo y empezar a mirar hacia otro lado”.

Las emociones también se sientan a la mesa, analiza Morón. Comer no es solo una necesidad física. Es también una experiencia emocional. Comemos cuando celebramos, cuando necesitamos consuelo, cuando queremos evadirnos. Y eso no es un problema. El conflicto aparece cuando la comida se convierte en el único recurso para calmar lo que sentimos. Especialmente esas emociones que incomodan: la ansiedad, el estrés, el vacío, la soledad, el aburrimiento, la falta de placer…

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Aprende a escucharte

La solución, como asegura May, no está en fustigarnos ni reñirnos por comer de forma emocional, sino que necesitamos aprender a escucharnos. ¿Qué estoy sintiendo? ¿Qué me está pidiendo esta emoción? ¿De qué tengo realmente hambre? Porque a veces no es hambre de comida. Es hambre de descanso. De compañía. De calma. De un rato para una misma.

En cuanto al peliagudo tema de la culpa. La experta comenta que comer sin culpa sí es posible. “La culpa al comer no nace con nosotras: se aprende. Viene de años de mensajes sobre lo que se puede o no se puede comer, sobre lo que está ‘bien’ o ‘mal’. Pero la comida no es una cuestión moral. Comer no te convierte en mejor ni peor persona. Para disfrutar sin culpa, lo primero es quitar etiquetas: no hay alimentos ‘prohibidos’; ‘ni engordantes o adelgazantes’; ni días buenos ni malos. Todo depende del contexto”.

Lo segundo que sugiere May que hagamos eses darnos permiso real para disfrutar, no ese permiso-trampa de “me lo como hoy y mañana compenso”. Y lo tercero es reconectar con el cuerpo, no para corregirlo, sino para escucharlo.

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Deja de pesarte

¿Y el peso? “Muchas mujeres descubren que su bienestar mejora justo cuando sueltan la presión de las dietas. Cuando dejan de obsesionarse con los kilos, el cuerpo empieza a encontrar su propio equilibrio. Porque el cuerpo no es una máquina de sumar y restar calorías: es un sistema vivo que habla… si aprendemos a escucharlo y respetarlo”, aclara.

No se trata de rendirse, asegura, sino de cambiar el enfoque: del castigo al cuidado. De la exigencia a la amabilidad. De la culpa a la conciencia. “Hay algo profundamente revolucionario en una mujer que decide dejar de pelearse con su cuerpo. Que se atreve a parar, a salirse del guion, a cuidarse desde el respeto y amor propio y no desde la exigencia”.

Porque vivir a dieta no es vivir. Y si de verdad quieres estar bien, empieza por hacer las paces contigo. Con tu historia, con tus curvas, con tu hambre, con tu placer. Tu cuerpo no necesita ser “perfecto”. Necesita ser escuchado, atendido y habitado.