Cada mañana, casi sin darnos cuenta, estiramos la mano hacia el móvil nada más abrir los ojos. Esa primera pantalla se ha convertido en el primer estímulo del día, que arrancamos con el parpadeo de las notificaciones, la vibración de un mensaje o al impulso de descubrir qué sucede en las redes sociales. Este gesto, ejecutado de modo automático, no solo modela nuestros pensamientos y emociones al despertar, sino que condiciona el tono del resto de la jornada.

Lo preocupante es que, tras ese impulso inicial, subyace un hábito que hemos ido normalizando sin reparar en sus consecuencias. La gratificación inmediata que ofrece cada alerta, condiciona nuestra atención y nos desconecta de un espacio de calma interior necesario para sintonizar con nuestro cuerpo y nuestros deseos. En lugar de arrancar el día con una pausa reflexiva —un instante para planificar, respirar o simplemente sentir— nos sumergimos de lleno en demandas ajenas, renunciando a esa reconexión personal que favorece el equilibrio emocional.

Además, la sobreestimulación luminosa y sensorial a la que sometemos al cerebro, aún en estado somnoliento, dificulta la capacidad de mantener la concentración en tareas sucesivas. Conforme avanzan las horas, la mente acostumbrada al ‘scrolling’ pierde flexibilidad para sostener la atención en proyectos más complejos, lo que incrementa la sensación de dispersión y reduce la productividad. Frente a ello, interesa comprender qué rasgos de personalidad y qué mecanismos psicológicos sostienen esta compulsión matinal.

Rasgos de personalidad

“La adicción al móvil es multifactorial, pero podríamos decir que personas con tendencia a la impulsividad, el miedo social, la necesidad de aprobación, dificultad en tolerar el aburrimiento o gestionar emociones, podrían tener mayor predisposición a este comportamiento”, explica Pilar Conde, psicóloga sanitaria y directora técnica de Clínicas Origen. Según su experiencia, este perfil tiende a buscar en el dispositivo una respuesta rápida que calme la incertidumbre o la inseguridad: cada notificación funciona como una pequeña descarga de placer o validación social que refuerza el impulso de volver a mirar la pantalla.

Ese mismo patrón subyace tras diversas necesidades emocionales. “Dependerá de para qué utilices el teléfono —si para ver el periódico, para meterte en redes, para revisar el tiempo o saber si alguien te ha contestado—. En general, detrás de todos estos comportamientos hay una impulsividad que busca calmar ciertas dudas, ciertos miedos, como por ejemplo no estar conectado o la validación social… o simplemente porque se ha generado dependencia de lo que te ofrece el móvil. Esto deriva en presentar cierto malestar por la abstinencia y un deseo intenso de consultarlo, y se realiza de manera automática”.

La gratificación inmediata que ofrece cada alerta, condiciona nuestra atención y nos desconecta

Pexels

La naturaleza de las recompensas que nos brinda el móvil es doble. “La información e interacción del tipo que sea, que conseguimos a través del móvil, tiene dos componentes reforzadores potentes. Nos genera placer, así como nos alivia el malestar, por lo que tiene un mecanismo de funcionamiento altamente adictivo”, añade Pilar Conde. Y, al mismo tiempo, actúa como recurso de distracción, sustituyendo prácticas más reparadoras —lectura reposada, meditación o sencillamente un desayuno sin prisas— que contribuirían a un bienestar más duradero.

El impacto de este hábito trasciende la mañana. Al dificultar la atención sostenida, “el móvil nos impulsa a atenderlo de manera recurrente, lo que hace que cueste cada vez más concentrarse en otra cosa”. Además, al arrancar el día sin un espacio íntimo de reconexión corporal y mental, pueden aflorar irritabilidad, dispersión o una sensación de vacío pasajero. “Considero que conectar con nosotros mismos es importante para nuestra convivencia natural —con nuestro cuerpo, nuestros pensamientos, nuestros deseos y motivaciones—; si el móvil interrumpe este proceso, nos desconecta de esa parte personal”, reflexiona la directora técnica de Clínicas Origen.

Romper la inercia de este reflejo matinal no exige grandes esfuerzos, sino la implantación de pequeños cambios de conducta. “Es un tema de patrones y hábitos. Una técnica sencilla es el control estímulo: es decir, no tenerlo cerca. Muchas personas ya han optado por no tener el móvil en la habitación y volver a despertadores tradicionales, para así no consultar el teléfono hasta pasado el tiempo de autocuidado y cuidado externo de cada cual matutinos”, explica Pilar Conde.

Una rutina de buenos días

Para facilitar esta transición, resulta útil diseñar una rutina alternativa que ofrezca recompensas propias y posponga el primer vistazo al móvil. A continuación, cinco pasos para construir un amanecer más consciente y saludable:

  • Alejar el móvil: colócalo fuera del dormitorio y recupera un despertador convencional.
  • Respirar y estirarte: dedica un par de minutos a estiramientos suaves y respiraciones profundas para oxigenar cada célula. Es un gesto de autocuidado.
  • Hidratación consciente: bebe un vaso de agua templada y siente cómo despierta tu organismo.
  • Reflexión breve: anota en un cuaderno dos o tres frases sobre cómo te sientes o tus principales objetivos del día.
  • Desayuno sin tecnología: elige alimentos nutritivos y toma tu tiempo, saboreando cada bocado sin distracciones digitales.
     

Cada persona puede ajustar estos pasos según sus circunstancias, pero la idea clave es concederse un espacio propio antes de entregarse al fluir de notificaciones. Con constancia, ese impulso de mirar la pantalla al despertar perderá fuerza y recuperaremos la capacidad de dirigir nuestro ánimo desde la calma inicial, en lugar de depender de estímulos externos.