Nos pasamos la vida intentando arañarle minutos al día. Corremos, contestamos mensajes mientras caminamos, cocinamos escuchando un pódcast sobre productividad, hacemos malabares con la agenda. ¿Y el resultado? Esa sensación de que todo lo que hacemos no es suficiente, que no llegamos, que se nos escapa algo. ¿Te suena?
“Cuando en realidad sabemos que no llegas a todo y, de primeras, te digo que hagas listas y listas de tareas, intentes priorizar, revises tu agenda, te esfuerces por organizarte o luches contra los… te hablo, ¿verdad?”. Así reflexiona Mapi Hermida en 'Sí te da la vida' (Plataforma Editorial), un libro sincero y personal sobre un trastorno invisible —aunque muy común— que ella misma padeció y que cada vez afecta a más personas, especialmente mujeres, madres, trabajadoras, cuidadoras o simplemente, perfeccionistas. “A esta obsesión patológica por el uso eficiente y óptimo del tiempo se la llama cronopatía, o enfermedad del tiempo”.
La cronopatía es la ansiedad permanente que genera la falta de tiempo. O más bien, la idea de que nunca es suficiente. Esa necesidad compulsiva de llenar el día al máximo, de hacerlo todo y hacerlo bien, de no perder ni un minuto. “En una ocasión, vino una chica que me hacía la pedicura a domicilio a las seis de la mañana antes de que yo saliese a correr. Os podéis imaginar la escena: seis de la mañana, yo sentada en el sofá con el ordenador respondiendo correos como una loca y una esteticista limándome las uñas de los pies”.
Puede parecer una anécdota divertida, pero refleja lo profundo del problema. No es solo una cuestión de organización: es la presión constante de optimizar el tiempo incluso en los momentos de cuidado personal. De vivir cada hora con la culpa de no estar aprovechándola como se debería.
La cronopatía no figura aún en los manuales médicos, pero sus consecuencias son reales. “Estar en guardia permanente debilita el sistema inmunitario y nos predispone a sufrir trastornos digestivos, hipertensión, agotamiento, mal humor, insomnio, tristeza, aislamiento social…”, escribe Hermida citando al psiquiatra Luis Rojas Marcos. Y no solo eso. Esta urgencia constante también desgasta los vínculos con los demás: “Mi constante preocupación por el tiempo me llevó incluso a tener problemas con mis amigas”, confiesa.
¿Pero por qué sentimos esa presión? ¿Quién ha decidido que hay que aprovechar cada segundo como si fuera oro? La autora cita al físico Stefan Klein para explicar que lo más estresante no es la falta de tiempo en sí, sino la sensación de que no depende de ti. De que siempre estás esperando que otros te pidan algo, que te interrumpan, que te cambien los planes. Esa percepción de no tener el control es la que nos hace vivir en tensión.
La buena noticia es que tiene solución. Y no pasa (solo) por cambiar la agenda. “La gestión del tiempo es una habilidad que se aprende”, asegura Hermida. Pero antes hay que hacer algo mucho más importante: observar cómo vivimos el tiempo. Cuándo nos sentimos más plenos, qué actividades nos vacían, cuáles nos nutren. Cuándo el reloj nos asfixia y cuándo nos acompaña.
Más tiempo no es siempre sinónimo de felicidad
Curiosamente, el problema no es solo la falta de tiempo, sino también el exceso de tiempo mal gestionado. Estudios en la Universidad de California (UCLA) muestran que tener menos de dos horas diarias de ocio reduce significativamente la felicidad, pero también vivir más de cinco horas sin un propósito claro genera infelicidad.
En lugar de centrarnos en cuántas horas libres tenemos, el foco debe ponerse en cómo las vivimos. Investigaciones de la Universidad de Pensilvania indican que dedicar el tiempo libre a experiencias y relaciones satisfactorias eleva nuestro bienestar más que la mera cantidad de minutos disponibles. Por su parte, la doctora Sonja Lyubomirsky destaca que, si bien el 50 % de nuestra felicidad está determinado genéticamente y el 10 % por las circunstancias externas, el 40 % restante depende de nuestras acciones diarias: “La felicidad era una lluvia fina que acontecía a lo largo de su día a día”.
Pautas para un ocio de calidad
- Reserva bloques de al menos 30 minutos diarios para actividades que disfrutes sin culpa.
- Desconecta de pantallas: un paseo al aire libre, una charla cara a cara, un libro.
- Cultiva la gratitud: anota tres cosas buenas de tu jornada antes de dormir.
La productividad emocional
La autora afirma que cuando decimos ‘no me da la vida’ es símbolo de una mentalidad de escasez o de carencia; “significa que te enfocas más en lo que no tienes que en lo que tienes: dinero, ropa, éxito... o tiempo”, y cualquier escasez esconde inseguridad o miedo, y los pensamientos obsesivos que conlleva pueden bloquearnos por completo, provocarnos estrés, ansiedad o hacer que nos sintamos impostores en el trabajo. “Esto, sin duda, no solo afecta de manera negativa a nuestra productividad y satisfacción laboral, sino que también pasa factura a nuestra salud mental a largo plazo”.
Herminda nos insta a diferenciar entre productividad profesional y productividad emocional. “La primera se refiere a la capacidad de una persona para realizar tareas y alcanzar objetivos laborales o en su hogar de manera eficiente. Esto se mide a través de resultados tangibles, como la cantidad de trabajo que completamos y las metas alcanzadas. En la productividad emocional se centra en la capacidad de manejar las emociones para contribuir al bienestar personal y al logro de objetivos tanto profesionales como personales. A diferencia de la productividad profesional, que se mide en términos cuantitativos, la productividad emocional se evalúa de manera cualitativa y tiene un impacto directo en el bienestar general”.
Sostiene se puede ser rico en tiempo y emocionalmente muy productivo, y es sencillo si uno se lo propone. “Todo parte de un cambio de paradigma: soy rica en mi bien más valioso: mi propio tiempo”.