Si eres de los que le gusta cuidar lo que comes, habrás escuchado hablar del plato de Harvard, una solución visual que nos dice cómo debemos dividir los alimentos en un plato para llevar una alimentación saludable. La propuesta consiste en que la mitad del plato debe ser para frutas y verduras, un cuarto para proteínas y otro cuarto para granos integrales. Sofía Giaquinta es nutricionista y en su libro, ‘Nutrición sin miedo’ (Editorial Montena), analiza este fenómeno tan de moda en los últimos años y nos hace reflexionar acerca de si esta la única solución para cuidar nuestra salud.

“El plato de Harvard no es un concepto nuevo, sino una evolución de algo que ya existía. Antes de que este plato se hiciera popular, las pirámides alimentarias eran el referente más común para guiar nuestras elecciones alimenticias”, e incide en que el plato de Harvard no es más que la representación gráfica de estas, haciéndolo más fácil de entender a simple vista y, por lo tanto, de poner en práctica a la hora de tomar decisiones sobre lo que nos llevamos a la boca.

Plato de Harvard o dieta mediterránea y atlántica 

Sin embargo, según Giaquinta tiene un enfoque muy sesgado, centrado en la cultura estadounidense y deja de lado otras tradiciones culinarias. “Siento decirte que no es la única ni la mejor herramienta para todas las personas”, y señala la dieta mediterránea o la atlántica como ejemplos de alimentación más afín a nuestra cultura y que no coinciden con las recomendaciones de Harvard. 

Dieta mediterránea

La experta explica que esta es típica del área del Mediterráneo, que incluye gran parte del este y sur de España. Fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2010.

  • Aceite de oliva virgen extra como la principal fuente de grasa, esencial para la salud cardiovascular.

  • Alto consumo de frutas, verduras y hortalizas, además de legumbres, frutos secos y cereales integrales.

  • Moderada cantidad de pescado y mariscos, con un consumo ocasional de carnes rojas.

  • Vino con moderación, generalmente en las comidas.

  • Uso de hierbas y especias para dar sabor, evitando el exceso de sal.

Dieta atlántica

Está más presente en el norte de España y de Portugal, especialmente en regiones como Galicia y el País Vasco. Comparte algunos principios saludables con la mediterránea, pero tiene sus propias particularidades:

  • Mayor consumo de pescado azul (salmón, atún, sardinas) y mariscos, ricos en ácidos grasos omega-3.

  • Uso de mantequilla además del aceite de oliva, debido a las tradiciones ganaderas de la región.

  • Patatas y otros tubérculos como base de la dieta, en lugar de los cereales.

  • Mayor consumo de carne de cerdo y vacuno, gracias a la tradición ganadera.

  • Productos lácteos como quesos y yogures, más presentes que en la dieta mediterránea.

  • Aunque también incluye frutas y verduras, no son tan predominantes debido al clima fresco de la región.

“Cabe añadir que, además de las dietas mediterránea y atlántica, en la Península Ibérica existen otros modelos alimentarios, como la dieta de la meseta castellana, más rica en carnes y legumbres, o la dieta de las Islas Canarias, influenciada por la gastronomía africana y con productos autóctonos como el gofio”.

Nuestra dieta y la adaptación al medio

Sofía Giaquinta reflexiona acerca de las dietas locales, las cuales suelen estar adaptadas al entorno, a los productos disponibles, a las tradiciones culinarias y a las necesidades nutricionales específicas de la población. “Por ejemplo, en la dieta mediterránea, los tomates, pimientos y berenjenas crecen localmente en un clima cálido, lo que significa que tienen una mayor concentración de nutrientes que si se cultivan en otros lugares”. Arguye que ajustarse a la dieta local no solo beneficia a la salud, sino también al medio ambiente. 

Explica que la importancia del entorno es tal, que podríamos sufrir desequilibrios nutricionales al mudarnos a un sitio donde la dieta es muy diferente a la nuestra. “Si te mudas de un país mediterráneo a una región con una dieta más rica en grasas saturadas de origen animal (como en algunos países del norte de Europa), podrías aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Las poblaciones del Mediterráneo están más acostumbradas a las grasas insaturadas del aceite de oliva y el pescado, y su cuerpo está más preparado para procesarlas”. La nutricionista incide en que no se trata solo de costumbres, sino de cómo el organismo procesa los nutrientes según el entorno en el que vivimos.

Las lagunas del plato de Harvard

“Un modelo que vale para todo el mundo, en realidad, no vale para nadie”, destaca la autora, quien no comulga con la imposición y las rigideces a la hora de alimentarnos. "Otro punto importante es que el plato de Harvard no profundiza en la calidad de los alimentos. Por ejemplo, no hace distinciones entre tipos de proteínas. No es lo mismo consumir proteínas a base de carne que optar por legumbres o pescado fresco”, y hace hincapié en la aversión que tiene el plato de Harvard hacia las patatas: “Parece que, como siempre, los hidratos de carbono se llevan la peor parte, cuando en realidad las patatas, como otros carbohidratos, son un alimento nutritivo y valioso”.

Nos recuerda que una persona con una vida activa y demandante, como un deportista, necesitará más proteínas y carbohidratos que los que sugiere este modelo. Mientras que alguien con condiciones específicas de salud, como diabetes o intolerancias, podría necesitar ajustes que este modelo no contempla.

Por último, destaca que las recomendaciones del plato de Harvard puede servir como guía inicial si sientes que tu alimentación está muy desestructurada y necesitas un punto de partida. “Pero, poco a poco, es esencial que adaptes tu dieta a un modelo más flexible y sostenible en el tiempo”.