Este tema, aunque suele estar enfocado para terapeutas, en el día de hoy lo vamos a aplicar a todos los niveles que atañen a cualquier persona, se dedique a lo que se dedique. Debido a la importancia que tiene el concepto de “ayudar” y a su interpretación más común (y tantas veces errónea), vamos a tratarlo aquí para intentar aliviar la carga de culpa que significa esa interpretación, que muchas veces nos aleja del equilibrio y la felicidad; de una aplicación efectiva que nos nutra y nutra a la persona que recibe la ayuda.

Todos nosotros, sin excepción, necesitamos ayuda y ayudar a otros, ambas como una condición implícita en el ser humano. Forma parte de la interacción entre las personas. Desde que nacemos, estamos dependiendo constantemente de la ayuda de nuestros cuidadores para sobrevivir y crecer, hasta que vamos poco a poco dejando de depender tanto, y podemos mantenernos más independientes. Vamos combinando la ayuda que recibimos en todos los ámbitos con el descubrimiento de la capacidad que tenemos de dar y ayudar a otros, como adultos responsables de nuestros actos.

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La ayuda, cuando se realiza de forma consciente y desde la empatía y el amor, está relacionada con el sentimiento de pertenencia. Cuanto más nos sentimos relacionados con la otra persona, mayor será la necesidad de ayudar.

Puede ser, que se produzca un desgaste debido a la fatiga de la sobrecarga, cuando no sabemos aportar la ayuda que somos capaces de dar. Por muy buena que sea la intención y el desinterés, la ayuda que damos y queremos dar no es efectiva y no produce el efecto que deseamos, en nosotros y en quien prestamos nuestra ayuda. Saber ayudar no es fácil, ya que no depende solamente de la intención o las ganas que tenemos de ejercer nuestra ayuda, sino que depende de la capacidad del otro de recibirla.

En la Cábala hebrea, el concepto del amor; el que se produce desde el corazón, está relacionado con la capacidad que tenemos para dar, con la capacidad en nosotros de recibir, y de la capacidad del otro de recibir. La ayuda solamente es relamente efectiva cuando el otro necesita nuestra ayuda y la sabe recibir, además de la intención y capacidad de darla nosotros.

El saber dar es tan importante como el saber recibir. Tantas veces la falta de autoestima y el condicionamiento por nuestras creencias erróneas, nos impiden sentir el merecimiento que todos tenemos de recibir ayuda y todos los bienes que nos ofrece la vida, por el simple hecho de existir. Nos sentimos pequeños cuando los demás nos ofrecen su ayuda, o bien, nos aprovechamos de la buena voluntad del otro de ayudarnos, cuando eso mismo lo podemos hacer por nosotros mismos.

Para dar y recibir correctamente la ayuda, es conveniente hacernos las siguientes preguntas:

La ayuda que ofrecemos ¿nos viene realmente del corazón y la empatía? ¿o sin embargo nos sentimos obligados a dar ayuda por algún otro condicionamiento? Para contestarnos estas preguntas, podemos poner la atención en estos tres aspectos fundamentales que nos pueden dar luz para entender correctamente este concepto.

1. Desde dónde ejercemos la ayuda: Es importante caer en la cuenta (aunque parezca obvio) que siempre debemos ser conscientes que somos adultos, y que la persona o personas a las que ofrecemos nuestra ayuda también lo son. Eso significa que tanto yo como el otro está dotado de los recursos suficientes para gestionar los obstáculos y la propia vida. Si caemos en el error de situarnos por encima de la otra persona, en capacidades, por el hecho de poder ayudarle, caeremos en la tentación de ver al otro como un niño/a desvalido/a y sin capacidades, tendiendo a sobreprotegerle ocupando su propia autonomía; o incluso ocupar el lugar de padre o madre. Todos, como adultos, conocemos la luz y la oscuridad, y todos compartimos una misma información y de capacidades intrínsecas a todos los seres humanos. Lo único que puede hacer el que ofrece su ayuda es acompañar en el recorrido y superación de un obstáculo, para que éste sea más llevadero y suponga el aprendizaje que tiene como función.

2. El exceso de dar: Cuando no estamos situados correctamente como se describe en el primer punto, es fácil caer en dar en exceso, que significa dar más de lo que en realidad tenemos y el otro no es capaz de recibir. Esto a su vez nos lleva a esa fatiga y cansancio, que lo único que hace es convertir la buena intención en cansancio y desmotivación. Solo podemos dar lo que tenemos, desde el lugar que ocupamos, para que la ayuda sea efectiva y consciente.

Un ejemplo muy claro sobre esto es que no podemos dar el amor de un padre o una madre a alguien que no es nuestro hijo/a. Caemos muchas veces en la tentación de ofrecer nuestra ayuda desde una posición protectora de padre o madre, lo que hace inviable la ayuda equilibrada y adulta. Si no vemos a la otra persona como un adulto, no será capaz de resolver su obstáculo, y nosotros caeremos en la fatiga que hemos mencionado antes.

3. El arte de aceptar y recibir: Cuando ejercemos la ayuda con empatía hacia el otro, somos capaces de aceptar sus circunstancias, es decir, todo su pasado que ha llevado a su situación presente y sus circunstancias actuales. Cuando no sentimos esta empatía y no sabemos entender a la persona a la que ayudamos, es muy fácil caer en el rechazo hacia ella; el mismo rechazo que siente la persona hacia su propia vida, lo que hace que en vez de ayudar y aportar solución, lo único que hacemos es agravar más sus sentimientos de impotencia y de no estar siendo ayudado.

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Para ello, el cultivar la compasión es de suma importancia. En vez de negar al otro o a su circunstancia, se trata de abrazarlo y pensar que nosotros podemos perfectamente haber estado en una situación parecida, aunque nos parezca imposible en un principio. Esto significa también una observación hacia nosotros mismos y ver si estamos sintiendo compasión hacia nuestras propias circunstancias.

La toma de conciencia sobre si estamos siendo compasivos con nosotros mismos, hace preguntarnos si estamos en disposición de ayudar a otros. Es vital ser honestos con nosotros, al mismo tiempo que compasivos y benevolentes con nuestra vida. Esto no es fácil, ya que es necesario un viaje interior lleno de pendientes empinadas y obstáculos a salvar. Es un camino de indagación hacia las profundidades más ocultas de nosotros mismos, reconociéndolos, aceptándolos y transformándolos en cualidades que nos sirvan para elevar la paz y la autoestima.

Esto está relacionado con lo que hemos tratado en otras ocasiones sobre la “sombra” personal. Es una oportunidad de indagar hacia nosotros mismos y ver qué nos falta o en qué debemos poner atención de nuestra personalidad. Lo que somos capaces de sostener en nosotros es lo que somos capaces de sostener en el otro.

Así de simple. De lo contrario, no haremos más que ser ciegos guiando a otro ciego, y nos perderemos la oportunidad de aprender y de interactuar con los demás de forma sana y enriquecedora. Es abrazar y aceptar lo rechazado por nosotros mismos, debido a la educación recibida y a los condicionamientos sociales que nos dictan qué es lo que es de buen ciudadano y lo que no.

Cuando no somos capaces de aceptar al otro, nos cerramos a la ayuda y nos perdemos la oportunidad de dar lo mejor de nosotros mismos. Esto no significa que tengamos que darlo todo en nombre de ayudar a otros. Hay veces que la mejor ayuda que podemos ofrecer es hacerle ver al otro que es capaz de ayudarse a sí mismo y de darse cuenta de sus capacidades.

También es importante eliminar la culpa hacia uno mismo y hacia el otro. Lo que sucedió o dejó de suceder no puede ser la excusa del lamento por lo que nos pasa. Todo pasa por algo y es una oportunidad de crecer mediante la superación del pasado. Todo lo que sea trabajar en nuestros miedos, en el recuerdo de las humillaciones y faltas de respeto que hemos recibido, es un salto hacia el ser mejores personas; con más paz, alegría y mayor aprovechamiento que la vida nos da.

Por último, decir que el gran filósofo y teólogo alemán Bert Hellinger, fundador de las constelaciones familiares, nos explica perfectamente el concepto de ayuda que estamos tratando hoy. Nos ayuda a entender el significado real de ayuda y los condicionantes que se dan para una ayuda equilibrada y efectiva. Para él, empezamos a recibir en el momento del nacimiento, a través de nuestros padres. Es el mayor acto de recibir por nuestra parte y el mayor acto de ayuda por nuestros padres.

Esto es lo primero que debemos entender en cuanto a desarrollar un sentido correcto de la ayuda. Significa que cuando tomamos la propia vida a través de nuestros padres, aceptamos lo que somos y las circunstancias que nos vienen. Si hemos integrado el concepto de “tomar la vida” desde que nacemos, estaremos en disposición de estar en paz con nuestro pasado, con nuestros padres y sus circunstancias; su pasado, sus carencias, miedos, etc. Cuando no lo hemos integrado, la vida será una carga y no nos sentiremos merecedores de la dicha y abundancia que nos ofrece.

A partir de ahora, tomemos conciencia acerca desde donde ejercemos ayuda y desde donde recibimos la ayuda de otros.