Nos enseñan que esforzarse está bien. Que darlo todo por amor es una virtud. Que perseverar, incluso cuando las cosas se tuercen, es signo de madurez emocional. Pero, ¿qué pasa cuando esa misma exigencia se convierte en la jaula de oro que no nos deja salir de una relación que nos está haciendo daño?

María José Gordillo Hernández, psicóloga sanitaria especializada en relaciones, lo explica así: “La autoexigencia puede convertirse en una trampa que mantiene a las personas atrapadas en relaciones tóxicas. Cuando el valor personal se condiciona al esfuerzo constante o a la idea de ‘dar siempre más’, es común caer en vínculos donde el sacrificio se normaliza”.

Lo cierto es que aunque culturalmente se nos ha transmitido que exigirse es sinónimo de excelencia, no siempre es así. “La autoexigencia es adaptativa cuando actúa como un motor interno orientado al crecimiento personal, la superación y el logro de objetivos realistas. Es decir, cuando promueve la disciplina sin comprometer el equilibrio emocional”, aclara la experta. El problema aparece cuando se activa desde el miedo al fracaso, desde la necesidad constante de validación o desde la creencia de que nunca somos suficientes.

Esa forma disfuncional de exigirse a una misma —a menudo invisible y normalizada— puede acabar erosionando profundamente nuestra autoestima, alimentar el perfeccionismo, desencadenar ansiedad o incluso contribuir a la depresión. Y en el ámbito de las relaciones, sostiene Gordillo, puede mantenernos enganchadas a vínculos dolorosos por razones equivocadas.

Las cuatro formas de autoexigencia que te atan sin que te des cuenta

cortar-relaciones-toxicas

Saber cuándo decir no y cuándo cortar una relación tóxica es necesario para la salud mental. (HBO)

  1. Creer que si te esfuerzas más, todo mejorará. “Muchas personas se culpan a sí mismas y se exigen amar más, ser más pacientes o ceder constantemente, creyendo que su esfuerzo puede cambiar a su pareja o mejorar la relación”, explica la psicóloga. Desde esta lógica, todo lo que va mal se interpreta como un fallo personal, no como una señal de que la otra persona no está comprometida o de que el vínculo no es sano. La consecuencia es clara: “Esta autoexigencia impide reconocer el maltrato o el desinterés real”.
  2. Sentir que irte es sinónimo de fracaso. Hay quien vive el final de una relación no como un acto de libertad o de autocuidado, sino como una derrota. “Terminar la relación se interpreta como un ‘fracaso personal’, lo que genera culpa y paraliza la decisión de marcharse”, apunta Gordillo. Esta idea de que dejar una relación implica no haber sabido “hacerlo funcionar” es muy potente en personas autoexigentes. “En realidad, abandonar una relación tóxica es un acto de valentía y autocuidado. Pero si no cuestionamos ese modelo mental, podemos quedarnos donde ya no deberíamos estar”.
  3. Exigirte ser perfecta para evitar conflictos. La tercera trampa es silenciosa y, muchas veces, celebrada socialmente, es intentar ser impecables para que la relación no se tambalee. “La necesidad de no equivocarse ni expresar desacuerdos hace que la persona se silencie y reprima sus emociones, sacrificando su bienestar para mantener una falsa paz”, explica la psicóloga. Es decir, se prioriza el equilibrio externo —que no haya peleas, que el otro no se enfade— a costa de la salud emocional propia. Pero esa armonía es, en realidad, un espejismo.
  4. Asumir culpas que no te corresponden. La cuarta forma de autoexigencia es tan habitual como injusta, puesto que nos hace cargar con culpas que no son nuestras. “La autoexigencia impulsa a cargar con la responsabilidad de los problemas de la relación, incluso cuando no son causados por uno mismo”, alerta Gordillo. Esto puede deberse a una creencia muy arraigada de que si algo va mal, hay que hacer más, ceder más o encontrar ‘el error propio’. Pero este patrón no solo es agotador, sino que impide establecer límites claros y perpetúa la dinámica tóxica.

¿Cómo volver a una autoexigencia sana?

El primer paso, según la experta, es revisar el modelo interno desde el que nos exigimos. “Mantener una autoexigencia equilibrada implica aprender a esforzarse sin caer en la autocrítica constante ni en el perfeccionismo extremo”, subraya. Para eso, es importante:

  • Establecer metas realistas y acordes a nuestro contexto.

  • Desarrollar pensamiento flexible, que nos permita adaptarnos a los cambios sin bloquearnos ante los errores.

  • Reconocer las emociones que sostienen esa exigencia desmedida: “Muchas veces hay miedo, inseguridad o necesidad de aprobación. Comprenderlo permite gestionarlo de forma más consciente”.

  • Y, sobre todo, modificar el diálogo interno. “Sustituye la autocrítica por una voz más amable y realista. Exigirte desde el cuidado, no desde la culpa, cambia radicalmente la experiencia”.

Aquí es donde entra la autocompasión, una palabra que a menudo se malinterpreta. “Algunas personas creen que tratarse con autocompasión implica rendirse o volverse conformistas. Como si fuese sinónimo de pereza o falta de ambición. Pero la evidencia científica demuestra que es exactamente lo contrario”, aclara la experta. “La autocompasión no debilita la motivación, la fortalece. Permitirse fallar sin castigarse, reduce la ansiedad ante el error, mejora la autorregulación emocional y facilita la perseverancia frente a los desafíos”.

Revisar la autoexigencia no significa renunciar al crecimiento, ni mucho menos. Significa crecer desde otro lugar. Desde el respeto, no desde la presión. Desde el cuidado, no desde la culpa. Como concluye María José Gordillo: “Revisar ese modelo interno de autoexigencia es fundamental para construir vínculos más saludables. Porque a veces, el problema no está solo en la relación… sino en la forma en la que nos tratamos dentro de ella”.