Hay emociones que nos incomodan y que, por ello, las ignoramos o intentamos evitarlas. La culpa es una de ellas. A menudo silenciosa, disfrazada de exigencia o de perfeccionismo, puede instalarse sin hacer ruido y quedarse ahí, robándonos energía, descanso, alegría y hasta salud. Sonia Rico lo sabe bien. Coach certificada, periodista y autora de 'Querida culpa: gracias, pero adiós' (Urano), ha escrito una guía para liberarse del sobrepeso emocional que impone la culpa, y empezar a vivir con más ligereza.
“No escribí este libro para declarar la guerra a la culpa, sino para comprenderla”, explica. “Decidí decirle ‘gracias’, porque en algún momento tuvo una función, pero también ‘adiós’, porque no tiene por qué quedarse a vivir conmigo”. En sus páginas no hay moralinas ni manuales imposibles de seguir, sino reflexión profunda, mirada compasiva y un objetivo claro, el de ayudarnos a reconciliarnos con nosotros mismos.
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La culpa como herencia cultural
Rico sostiene que gran parte del peso que arrastramos tiene un origen cultural. “En Occidente, la culpa se vive como ‘yo peco’; en Oriente, como ‘yo sufro’. Y esa diferencia lo cambia todo. Una te invita a castigarte; la otra, a sanar”. A su juicio, no nacemos sintiéndonos culpables, sino que aprendemos a hacerlo desde muy pronto, especialmente en culturas donde el error se asocia al juicio, la pérdida de afecto y el castigo.
“No hace falta ser creyente para vivir con el peso del pecado original”, dice. “Esa narrativa —Adán, Eva, Caín, Abel— forma parte de nuestro inconsciente colectivo. Todo lo que se aleje del ‘bien’ te convierte en ‘culpable’. Pero ese concepto de ‘bien’ es tan relativo que nos obliga a vivir en una cárcel emocional”.
La propuesta de Sonia no es negar la culpa, sino aprender a leerla de otra forma. “Puede ser una brújula”, apunta, “pero si la usamos como una cadena, nos inmoviliza. Sentir culpa no siempre significa que estemos haciendo algo mal. A veces es la señal de que estamos sanando o de que, por fin, nos estamos eligiendo”.
De la herida a la conciencia
Una de las ideas más potentes del libro es que muchas de las culpas que cargamos no son realmente nuestras. “Heredamos culpas sin darnos cuenta, en forma de lealtades inconscientes. Si tu madre se sacrificó toda su vida, tú sientes que también debes hacerlo. Si tu padre nunca descansaba, crees que no tienes derecho a parar”. Pero como aclara Sonia, eso no es fidelidad consciente, sino repetir un guion que no hemos elegido. El primer paso es, por tanto, cuestionar: ¿Esto me sirve? ¿Me acerca a quien quiero ser? “Reformular no es traicionar nuestros valores, sino elegir desde la conciencia, no desde el miedo”, asegura.
En este sentido, el trabajo con la culpa también implica observar cómo acompañamos a los demás, especialmente a los niños. “Venimos de generaciones educadas desde el deber, el castigo y la censura. Hoy sabemos que se puede educar sin humillar. Cuando acompañamos con presencia, el otro florece; cuando censuramos, se hace pequeño. Y muchas de nuestras culpas vienen de ahí, de haber aprendido que, si no éramos como esperaban, no merecíamos amor”.
La coach nos recuerda que “la culpa no aparece solo cuando hacemos algo ‘mal’. También surge cuando sentimos que no cumplimos expectativas, que no somos suficientes, o que no estamos donde “deberíamos” estar”. Incide en que esa culpa no siempre grita, a veces se instala en silencio, como un parásito emocional que te roba energía, alegría, libertad e incluso, salud.
El descanso como acto de valentía
En una sociedad que glorifica la productividad, descansar puede llegar a hacernos sentir culpables. Sonia lo ha vivido en carne propia: “Durante mucho tiempo sentía culpa por todo. Por llevar a mi hijo a la guardería… o por no llevarlo. Por ir a trabajar estando enferma… o por quedarme en casa. Por ceder… o por decir que no”. Esa trampa mental la llevó a reflexionar: ¿De quién es esa voz que no me deja descansar? ¿Quién dijo que solo valgo si produzco? “Necesitamos reconciliarnos con nuestra humanidad. No somos máquinas. No vinimos a producir, vinimos a vivir”, dice, y añade una clave sencilla pero poderosa: “Cambiar el ‘tengo que’ por el ‘elijo’. Porque parar también es avanzar”.
Otra de las ideas centrales de Querida culpa es la importancia de soltar la versión anterior de nosotros mismos. “No eres lo que hiciste, sino quien has decidido ser después de eso”, dice Sonia. “Nos cuesta perdonarnos porque seguimos hablando desde la voz que nos juzga, en lugar de desde la que comprende. Pero el verdadero perdón no es olvidar, es liberar a esa versión pasada de la condena y darte permiso para vivir en paz con quien eres hoy”.
Ese proceso implica abrazar la imperfección, y también distinguir entre culpa real y culpa perfeccionista. Esta última, advierte Sonia, “nunca se calma con más esfuerzo, sino con más compasión”. Es la que nos hace pensar que nunca es suficiente, que podríamos haberlo hecho mejor, aunque hayamos hecho todo lo que estaba en nuestras manos. “Esa voz no busca justicia, busca perfección. Y esa búsqueda es agotadora”.
El libro de Sonia Rico no es solo un ejercicio de análisis emocional, sino también un manual práctico para reconciliarse con una de las emociones más complejas y universales. Con ejemplos, reflexiones y un tono cercano, invita a revisar creencias, asumir lo aprendido y tomar decisiones desde un lugar más libre. Porque al final, como ella misma resume: “Sentir culpa no siempre significa que estás haciendo algo mal. A veces significa que, por fin, estás haciendo lo que necesitas”.