Si alguna vez has sentido un inesperado alivio al leer "oye, al final no puedo quedar"... no estás sola. En realidad, ese pequeño placer casi culpable de que se caiga un plan tiene respaldo psicológico. No es antisocialidad ni falta de compromiso, sino una respuesta emocional completamente legítima que puede hablar de tu nivel de sobrecarga, tu necesidad de espacio o incluso tu forma de relacionarte con el descanso. Porque sí: a veces lo que más apetece no es el brunch, el afterwork o la cena con amigas… sino estar sin hacer nada, leer o estar en casa con el moño alto y la lista de reproducción en modo "confort emocional". Y eso, según la psicología, dice mucho más de ti de lo que imaginas.
¿Plan cancelado? ¡Gracias, universo!
Pocas cosas dan tanta alegría inesperada como ese mensaje que dice: “al final no puedo quedar”. Y tú, en vez de decepcionarte, sueltas un “uff, menos mal” que sale del alma. ¿Eso está bien? ¿Está mal? ¿Nos pasa a todas?
¿Alegrarse por la cancelación de planes puede ser sano, o es un síntoma de algo que conviene revisar? Hablamos con Ana Morales, psicóloga experta en nutrición emocional y aceptación corporal, autora del libro “¡Qué Buena Estoy! Tira las dietas a la basura y vive con salud emocional” (Ed. La Esfera de los Libros) que explica a SEMANA que “depende. A veces es puro alivio sano. El cuerpo dice “gracias” porque lo que te pedía era sofá, calma y silencio. Y tú le haces caso. Pero otras veces, esa alegría esconde agotamiento acumulado, necesidad de agradar o saturación social”.
La experta expone que alegrarse una vez es autocuidado pero alegrarse siempre es un aviso: ¿por qué dices que sí si no te apetece? ¿Qué parte de ti sigue creyendo que si no vas, te van a querer menos, contar menos, tener menos en cuenta? Hay que revisar no tanto la alegría, sino el motivo del “sí” inicial. Porque si cada vez que aceptas un plan estás deseando que lo cancelen… igual el problema no es el plan, sino el personaje que te obligas a interpretar.
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¿Introvertidas o cansadas?
Alegrarse por un plan cancelado puede parece algo propio de personas introvertidas pero la psicóloga Ana Morales, tan certera como siempre, pone el dedo en la llaga a este respecto.
“No solo es cosa de introvertidas. Es cosa de mujeres cansadas. De agendas llenas. De ‘quedadas’ que no apetece pero se hacen por compromiso. De vidas donde parar parece pecado y salir en modo automático es la norma. Sí, las personas introvertidas pueden sentir ese alivio con más frecuencia, porque el contacto social drena su energía. Pero también le pasa a las extrovertidas… cuando están en modo ‘tengo la batería emocional en rojo’. No es tanto una cuestión de personalidad como de sinceridad contigo misma. ¿Estás diciendo que sí porque te apetece o por no quedar mal? Porque ahí está el quid de la cuestión”, afirma la experta.
¿Se puede considerar una forma de ansiedad social encubierta? “A veces sí. Otras, no. Si lo que te alivia es no tener que verte con gente, no tener que hablar, no tener que ponerte ropa de calle… puede ser cansancio social. Pero si lo que te alivia es evitar la exposición, el juicio, la incomodidad de “¿qué digo?”, “¿y si me quedo en blanco?”, “¿y si no encajo?”… ahí puede haber ansiedad social”, aclara.
Lo difícil, continúa, es que muchas veces se camufla de pereza. Pero no es pereza. Es miedo. Y si cada encuentro social te genera estrés anticipado, necesitas revisar eso con más cariño y menos culpa. No para obligarte a ir, sino para entender qué te está pasando.
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Estrategias para cambiar el “sí” a todo
La psicóloga nos da una serie de herramientas para esos momentos en los que te apuntas a un plan:
- Primero: revisa tu “sí”;. ¿Lo dices con ganas o con miedo? ¿Por ilusión o por educación? Hay un “sí” que abre y otro que te encierra. Aprende a distinguirlos.
- Segundo: gana tiempo. No respondas al momento. Di: “me lo miro y te digo”. Así te das espacio para escuchar lo que realmente te apetece (y no lo que tu necesidad de agradar quiere responder).
- Tercero: normaliza decir “no”. No necesitas una excusa de muerte súbita. “Hoy no me apetece” es válido. Y si te cuesta, empieza con pequeños límites. El “hoy no” de hoy te protege del “ojalá lo cancelen” de mañana.
- Cuarto: haz limpieza de planes obligatorios. Si cada quedada se siente como una tarea, no es un plan, es una carga. Y tú no estás para seguir llenando la agenda de compromisos que no te nutren.
- Quinto: escúchate más. Porque a veces, el mayor gesto de autocuidado no es cancelar. Es no apuntarte.
Así que si sientes alivio cuando se cancela un plan, no es que estés mal de la cabeza. Es que quizás, por una vez, la vida te ha leído el cuerpo mejor que tú. Y te ha dado lo que más necesitas: descanso sin culpa.