En una era donde el sonido de una notificación puede interrumpir una conversación, una comida o incluso el descanso, la psicóloga Laurie Santos —profesora en Yale y creadora del curso The Science of Well-Being— propone un gesto tan simple como transformador: desactivar las notificaciones del móvil durante al menos una hora al día. No se trata de una moda digital ni de una estrategia de productividad, sino de una herramienta de bienestar emocional que puede ayudarnos a reconectar con el presente y a recuperar (por fin) el control de nuestra atención.

La paradoja de la hiperconexión

Laurie Santos, una de las mayores expertas en felicidad del mundo, explica que las notificaciones constantes nos mantienen en un estado de alerta permanente. Cada vibración, cada icono de aviso en la pantalla, es una llamada a la urgencia. Y aunque muchas veces no se trata de nada importante, el cerebro interpreta cada interrupción como una posible amenaza o novedad. Este bombardeo sensorial genera ansiedad, dispersión y una sensación de estar siempre “a medias” en todo lo que hacemos. Te suena ¿verdad?

Según estudios citados en su podcast The Happiness Lab, el usuario medio revisa su móvil ¡cada cinco minutos!, y no lo hace por una necesidad real sino por hábito. Esta hiperconectividad nos aleja de las pequeñas alegrías cotidianas: una conversación sin distracciones, una comida saboreada con atención o un paseo sin auriculares.

Vivimos en una era donde estar conectados es más fácil que nunca, pero también más vacío. Las redes sociales, los mensajes instantáneos y las videollamadas han reducido las distancias físicas, pero han creado nuevas formas de distancia emocional. La paradoja de la hiperconexión revela que, aunque estamos rodeados de estímulos y contactos digitales, muchas personas se sienten más solas que nunca. Tener cientos de seguidores no garantiza apoyo emocional real, y la inmediatez de la comunicación ha sustituido, desgraciadamente, a la profundidad en los vínculos.

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La saturación de estímulos

Esto lo sabemos todos. Las interacciones digitales suelen ser breves, superficiales y despersonalizadas. La riqueza de la comunicación cara a cara —el tono de voz, los gestos, la mirada— se diluye en un mar de emojis y respuestas automáticas. Esta falta de contacto emocional genuino genera una sensación de desconexión que no siempre es evidente, pero que se manifiesta en el aumento de la ansiedad, la insatisfacción y el aislamiento. Incluso en espacios compartidos, como el trabajo o la familia, es común ver a personas absortas en sus pantallas, ignorando la presencia física de quienes las rodean.

Además, la hiperconexión alimenta una falsa sensación de compañía. Compartimos contenido, reaccionamos a publicaciones, (¿quién no se ha sorprendido al mirar la hora y ver el tiempo que lleva haciendo scroll con la pantalla delante?), pero rara vez nos detenemos a preguntar cómo está realmente alguien. La comparación constante con vidas idealizadas en redes sociales también erosiona la autoestima y genera una presión silenciosa por estar siempre disponibles, siempre visibles, siempre “bien”. Esta dinámica crea vínculos líquidos, frágiles y fácilmente reemplazables, que no ofrecen contención emocional ni sentido de pertenencia.

Recuperar las conexiones reales implica desacelerar, priorizar la calidad sobre la cantidad y volver a mirar a los ojos. Organizar encuentros presenciales, limitar el uso de redes sociales y practicar momentos de desconexión digital son gestos que pueden devolvernos la presencia, la intimidad y el afecto que tanto necesitamos. Porque en un mundo saturado de estímulos, el verdadero lujo es estar plenamente con alguien —sin pantallas, sin filtros, sin distracciones.

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Silenciar para reconectar

Laurie Santos propone desactivar las notificaciones de nuestro móvil durante, al menos, una hora, para volver a reconectar con nosotros. Pero desactivar las notificaciones no significa desconectarse del mundo, sino elegir cuándo y cómo interactuar con él. Santos recomienda hacerlo en momentos clave del día: al despertar, durante las comidas, en paseos o antes de dormir. Este gesto permite que las interacciones digitales sean más intencionales, y no reacciones impulsivas a estímulos externos.

Lo interesante es que sus alumnos en Yale reportaron mayor bienestar emocional tras aplicar esta práctica, incluso sin reducir el tiempo total de uso del móvil. Lo que cambió fue la calidad de ese uso: menos interrupciones, más presencia, más espacio mental. Santos lo resume así: “La felicidad no depende tanto de lo que nos pasa, sino de cómo gestionamos nuestra atención”.

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El móvil como herramienta y no como tirano

En sus clases y entrevistas, Santos insiste en que la tecnología no es el enemigo, pero sí lo es el uso automático y reactivo que hacemos de ella. Desactivar las notificaciones es una forma de recuperar el control, de establecer límites entre el mundo digital y la vida personal. Es un acto de autocuidado, una forma de decirle al mundo —y a nosotras mismas— que merecemos estar en paz.

Además, esta práctica puede combinarse con otras estrategias de bienestar digital: dejar el móvil fuera del dormitorio, usar modos de concentración, priorizar llamadas frente a mensajes, y sobre todo, cultivar relaciones reales y presenciales que nos nutran emocionalmente.

Silenciar el móvil durante una hora al día no es una renuncia, sino una elección consciente.Laurie Santos lo propone como una puerta de entrada a una vida más plena, más conectada con lo esencial y menos esclava de lo urgente. Porque a veces, la felicidad empieza por apagar el ruido.