El calendario marcaba una cita ineludible para la monarquía europea en el día de hoy: el 18 de mayo, Roma, la basílica de San Pedro, el epicentro de una ceremonia solemne que oficialmente da inicio al Pontificado de León XIV. Un acto de alto simbolismo que subraya la conexión espiritual y casi mística con el Apóstol Pedro, mártir fundador de la Iglesia romana, y que culmina con la imposición del Palio y el Anillo del Pescador, insignias "petrinas”. En este contexto de reverencia, la presencia de la Reina Letizia no es mera representación diplomática: es gesto, es código, es lenguaje. Y lo que viste, como siempre, habla por sí mismo.
Lo cierto es que Doña Letizia Ortiz ha hecho del vestido un manifiesto —en ocasiones, casi un tratado de intenciones. La última vez que la vimos cruzar los umbrales vaticanos fue el pasado 27 de abril, en el funeral del Papa Francisco, y lo hizo tal y como dicta la tradición y el protocolo: de luto riguroso, negro absoluto, sin concesiones ni matices. La Reina aparecía envuelta en un vestido sobrio, de línea recta y manga larga, acompañado de medias tupidas que reforzaban la gravedad del momento. Cubría su cabeza con una mantilla de encaje negro, en un gesto de respeto y simbolismo que recordaba la herencia católica de la monarquía.
Pero si hubo un detalle que condensó toda la potencia de su look fue el broche de la llamada 'falsa Peregrina', una de las joyas de pasar del, valga la redundancia, joyero real, que perteneció a la Reina Victoria Eugenia. Su elección no fue casual: la perla Peregrina es, de todas las piezas del joyero, la única que se podía usar en un contexto así, pues son las perlas las únicas permitidas en este tipo de actos fúnebres.
La Reina Letizia deslumbra con su look y hace uso del 'privilegio del blanco' en la entronización del Papa León XIV
(Gtres)
La Reina Letizia asiste de blanco a la misa inaugural del pontificado del Papa León XIV
Hoy, sin embargo, el registro ha sido otro. Donde antes hubo luto, ahora hay luz. La Reina Letizia ha reaparecido en el Vaticano, esta vez para encontrarse con el recién investido Papa León XIV, enfundada en un vestido de Redondo Brand blanco níveo. Y si bien el blanco en el vestuario de la soberana no es ninguna novedad —ha sabido utilizarlo con maestría en ocasiones solemnes—, su uso frente al Papa tiene un significado que va más allá del estilismo. Es privilegio, y no uno cualquiera: es "el privilegio del blanco", una deferencia papal que sólo unas pocas pueden ostentar y que dice mucho más de lo que aparenta.
A día de hoy, solo seis mujeres en el mundo pueden presentarse de blanco ante el Pontífice. Todas ellas, reinas católicas: María Teresa de Luxemburgo; Charlène de Mónaco, la reina Matilde de Bélgica y la emérita Paola; y, por último, y las Reinas Letizia y Sofía de España. Efectivamente, Doña Letizia, como Reina católica y esposa del jefe del Estado español tiene derecho a esta distinción, aunque ha hecho uso de ella con suma prudencia. Recordemos que no siempre lo ha ejercido; su estilo, siempre atento al contexto, evita caer en la ostentación. Pero hoy, ante León XIV, ha optado por reivindicarlo, y el efecto ha sido tan sutil como poderoso.
La Reina Letizia volvió a demostrar que entiende como pocas el lenguaje del protocolo cuando se convierte en forma de expresión. Lo hizo con una reinterpretación contemporánea de la sobriedad litúrgica: un vestido de silueta midi, confeccionado en crepé blanco de impecable caída, con cuello cerrado y mangas largas, pero animado por un drapeado frontal de trazo asimétrico que aportaba profundidad y modernidad al conjunto. ¿Lo mejor? De firma española. La prenda, lejos de cualquier exceso decorativo, llamaba la atención por su simplicidad. Sobre su cabello, una mantilla de encaje blanco, colocada con precisión milimétrica, terminaba de articular una imagen de elegancia mediática.
La mantilla de la Reina Letizia en la misa inaugural del pontificado del Papa León XIV
(Gtres)
Los accesorios de Doña Letizia en su última visita al Vaticano
En los pies, Letizia optó por una elección tan inesperada como refinada: unos kitten heels en tono camel, de tacón sensato (que también exige el protocolo siempre que sean más o menos cerrados) y puntera estilizada. La elección cromática —alejada del blanco total— introducía un matiz cálido que equilibraba el rigor del conjunto, y aportaba un leve contraste. El calzado, más funcional que ornamental, respondía no solo a la estética sino también a la naturaleza de la jornada: larga, ceremonial y cargada de simbolismo. Para rematar su look, incorporo un bolso de mano blanco con asa corta con forma de trapecio.
La Reina Letizia repite pendientes y apuesta por un maquillaje natural
(Gtres)
La Reina Letizia volvió a demostrar que en la repetición está la elegancia cuando se trata de joyas con historia. Para su asistencia a la ceremonia de entronización del Papa León XIV, en el Vaticano, la Reina apostó una vez más por unos pendientes de perlas colgantes que ya hemos visto en otras ocasiones solemnes, en el funeral del Papa Francisco, sin ir más lejos. Descartó optar por una joya nueva o llamativa, prefirió la discreción y ese aire sobrio, sin firmas ni logos que exige el protocolo vaticano. Un gesto coherente con su elección estética general: sobria, contenida, pero no exenta de matices refinados.
Y como no podía ser de otra forma, remató el estilismo con su inseparable anillo de Coreterno, ese sello personal que lleva con frecuencia y que, más allá de su carga estética, representa un vínculo emocional que la acompaña en sus actos más significativos.
En cuanto al maquillaje, Letizia mantuvo su línea habitual de naturalidad pulida: base ligera, mejillas apenas sonrojadas, mirada ligeramente perfilada y labios en un tono nude que armonizaba con el conjunto. La Reina volvió a confiar en esa imagen de belleza limpia y sin artificios que tanto favorece a los entornos institucionales, especialmente en un contexto tan simbólico como el de la Santa Sede.
Y así, entre mantillas y blancos ceremoniales, la esposa del Rey Felipe VI escribe un capítulo más de su silenciosa pero potentísima narrativa visual. Una crónica de estilo que, como los rituales vaticanos, se basa en la repetición consciente, en los pequeños gestos que cruzan la frontera entre lo simbólico y lo histórico.