Este mes se cumplen 48 años desde que don Juan de Borbón, bisabuelo de la princesa Leonor, renunció oficialmente a sus derechos dinásticos en favor de su hijo, Juan Carlos I. Un acto aparentemente histórico y protocolario que esconde una de las relaciones paterno-filiales más frías, tensas y emocionalmente dañinas de la historia reciente de Europa. 

Este mayo también se cumplen 16 años de la abdicación de Juan Carlos I en su hijo Felipe VI, con una monarquía por aquel entonces sacudida por escándalos que, vistos desde una perspectiva psicológica, tienen mucho que ver con aquella fractura emocional entre padre e hijo.

Por ello, desde SEMANA hemos contacatado con nuestra psicóloga de referencia, Lara Ferreiro para comprender la historia. “La figura de don Juan de Borbón es la de un hombre atrapado entre el deber dinástico y la impotencia vital, que proyectó en su hijo un amor lleno de condiciones y una severidad emocional que terminaron moldeando a un joven Juan Carlos marcado por la necesidad compulsiva de aprobación, el vacío, la falta de cariño y una búsqueda constante de poder y placer”, indica la experta. 

Don Juan de Borbón

Don Juan de Borbón. 

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Don Juan de Borbón: el eterno heredero sin trono

Para entender la personalidad de Juan Carlos I es imprescindible analizar la de su padre. Don Juan de Borbón, explica Ferreiro, "fue un hombre que vivió toda su vida en el exilio y en la frustración de no poder reinar y que, desde muy joven supo que su destino sería incierto. Vivió bajo la sombra de su padre, Alfonso XIII, y tras la proclamación de la II República, la familia real se exilió”. Aquel desarraigo, continúa la experta, “dejó en él una identidad marcada por la nostalgia, el deber dinástico y una fuerte educación emocional en la que las muestras de afecto se reprimían y las decisiones se tomaban por obligación de la historia de aquel momento, no por convicción personal”.


La psicología de don Juan de Borbón y María Mercedes

“Era un hombre rígido, tradicionalista, con una estructura emocional muy autoritaria y poco dado a las muestras de afecto”, explica Lara Ferreiro. “Esto configuró una relación distante y a menudo fría con su hijo Juan Carlos, al que envió a España a formarse bajo la tutela del régimen franquista, decisión que dinamitó su relación de confianza entre padre e hijo para siempre ya que Juan Carlos I podría sentirse abandonado por parte de su padre”, sospecha la experta.

Para un correcto análisis psicológico no podemos quedarnos solo con estudiar la figura paterna, ya que el vínculo materno también resulta esencial para comprender la personalidad adulta. Y en el caso de Juan Carlos I, su madre, María de las Mercedes de Borbón y Orleáns, tuvo un papel clave en la configuración de su carácter y su modo de relacionarse con las mujeres. “María de las Mercedes era una mujer profundamente tradicional, devota y leal a su marido, don Juan de Borbón, aunque en privado soportó los desplantes y decepciones que la vida en el exilio le deparó”, explica la psicóloga. Los hijos de madres emocionalmente contenidas y resignadas tienden a replicar o rechazar ese patrón en sus propias relaciones de pareja. En este caso, Juan Carlos desarrolló una relación de dependencia emocional hacia su madre, alternando fases de complicidad con etapas de cierta distancia y culpa”, continúa la psicóloga. 



De hecho, María de las Mercedes siempre intentó mantener a la familia Borbón unida, siendo mediadora en los enfrentamientos entre Juan Carlos y Don Juan. Ella creía firmemente en la figura de su hijo como heredero legítimo y futuro rey, y ejerció una influencia en intentar aliviar las tensiones entre ambos. Sin embargo, “esa posición ambivalente también generó en Juan Carlos sentimientos de soledad emocional y de no sentirse plenamente respaldado por nadie, ni siquiera por su propia madre, a quien veía como una mujer incapaz de rebelarse ante las injusticias que vivían en el exilio.

Juan Carlos I y doña Sofía

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Paralelismos entre su madre con la reina Sofía

Lo más revelador desde un punto de vista psicológico es el paralelismo entre María de las Mercedes y la reina Sofía: “Ambas compartieron una fidelidad férrea a sus maridos, una vida marcada por las infidelidades consentidas, el silencio institucional y la resignación emocional. Sofía, al igual que su suegra, optó por mantener la compostura y preservar la imagen de la monarquía por encima de sus propios sentimientos, especialmente durante los escándalos amorosos de Juan Carlos”, lamenta Ferreiro.

No es raro que los hombres que no han tenido una relación afectiva plenamente satisfactoria con sus madres terminen eligiendo parejas que, inconscientemente, repiten esos mismos patrones de frialdad afectiva y contención emocional. “En este sentido, Juan Carlos encontró en Sofía no a una compañera emocional, sino a una figura que ocupó simbólicamente el mismo lugar que su madre: el de la mujer que soporta y calla por el bien de la dinastía”, asegura Ferreiro.


El posible trauma emocional de Juan Carlos I: un rey educado en el abandono afectivo

Juan Carlos I creció con una herida de abandono paterno y una lealtad dividida entre su padre biológico y su “padre político”, Francisco Franco. Este conflicto identitario marcó su personalidad, convirtiéndolo en un hombre con una doble cara: simpático y cercano en público, pero hermético y desconfiado en su círculo más íntimo.
“La falta de aprobación emocional por parte de Don Juan generó en Juan Carlos un patrón de necesidad de validación constante”, sostiene la experta, “que se tradujo en su forma de ejercer la jefatura del Estado y en su vida personal, ya que, por un lado, necesitaba ganarse el cariño popular y la legitimidad histórica y, por otro, compensaba su vacío afectivo a través de una vida privada marcada por relaciones extramatrimoniales, escándalos económicos y amistades que quizás, no le hacían ningún bien a su imagen personal”.

En la psicología es habitual encontrar en pacientes con carencias afectivas paternas una búsqueda compulsiva de afecto en parejas y amantes. “El caso de Juan Carlos I es paradigmático: su matrimonio con la Reina Sofía, una unión estratégica más que amorosa, derivó en una convivencia fría y distante, donde las infidelidades se convirtieron en una vía de escape para el monarca”, asegura Lara Ferreiro.

 

Juan Carlos I


Las infidelidades de Juan Carlos: una posible herida emocional no resuelta

La conocida relación con Bárbara Rey en los años 80 y 90, llena de rumores de chantajes y grabaciones comprometidas, y la posterior historia con Corinna Larsen, que ha terminado con escándalos judiciales internacionales, son reflejo de esa necesidad compulsiva de seducción y validación que parece tener el rey Emérito. “En ambas relaciones se repiten los patrones de búsqueda de afecto, cariño, deseo y admiración fuera del matrimonio, típicos de personalidades con carencia afectiva no resuelta y con una autoestima ambivalente; seguro de sí mismo en lo público, y necesitado de amor real en lo privado”.

 

Sus infidelidades, explica la experta, “actuaban como una anestesia emocional y una forma de fortalecer su autoestima, una manera de sentirse deseado, admirado y poderoso, características que nunca percibió plenamente de su padre, pero estas amantes no solo llenaron ese vacío, sino que terminaron hiriendo gravemente su imagen pública”. 

Un rey campechano marcado por la ausencia de su padre

Si analizamos su trayectoria, Juan Carlos I ha sido un rey eficaz en lo institucional pero inestable en lo personal. Sus logros históricos, como la transición a la democracia, conviven con escándalos de corrupción, infidelidades famosas y una vida familiar rota. Todo ello, fruto de una personalidad marcada por la carencia emocional, la búsqueda de aprobación externa y la posible herida no resuelta con su padre, Don Juan de Borbón. “En la terapia familiar siempre podemos ver que las heridas emocionales y de apego no resueltas tienden a repetirse en la siguiente generación si no se trabajan conscientemente”, asevera la experta. Y quizás, Felipe VI, con su estilo sobrio, alejado de los excesos y escándalos de su padre, esté tratando de romper ese patrón emocional con sus hijas Leonor y Sofía, evitándoles traumas intergeneraciones”. 

En definitiva, “la historia de Juan Carlos I es la de un rey marcado por la orfandad emocional, el abandono paterno y la necesidad de llenar vacíos con poder y relaciones extramatrimoniales. Un patrón psicológico antiguo como las propias monarquías europeas”, concluye Lara Ferreiro.


El lenguaje no verbal de la abdicación

Vanessa Guerra es experta en comunicación no verbal y considera que, en la dimensión espacial “llama la atención los dos marcos con dos fotografías detrás a su izquierda”. La primera es una fotografía de Juan Carlos, Felipe y la princesa Leonor. Una imagen que marca un camino monárquico vanguardista y actual. De hecho, “en varias ocasiones en su discurso, hace alusión a las nuevas generaciones, una llamada a actualizar el rumbo de la monarquía con Leonor a la cabeza”, analiza la experta.

La segunda imagen de don Juan de Borbón y Adolfo Suárez, simboliza el antes y el después de la España que conocemos. “Dos personas que han sido de vital importancia para don Juan Carlos, su padre a través del cual heredó la corona de España y Adolfo Suárez el que hizo posible que el Rey reinase”.  

Juan Carlos I y Felipe

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Para la experta el mensaje oficial es “contenido, rostro serio, con expresiones de tristeza como la elevación de la cara interna de las cejas, una mirada apagada y unos ojos que aprecian vidriosos, y una voz temblorosa que necesitaba de varias pausas del rey Emérito para poder continuar manteniendo la entereza”.



“Vemos mucha expresividad en el lenguaje de sus manos -continúa Vanessa Guerra- a lo largo del discurso veremos que cruza las manos, apoya una mano sobre la otra o contiene una con otra”. Todos estos gestos adaptadores suceden para contener su emoción durante el discurso, “proporcionándole un estado de calma en momentos de tensión o conmoción". Sin embargo, agrega, “podemos destacar tres gestos que repite durante su discurso: uno es cuando entrelaza las manos y las apoya sobre el escritorio, un gesto que transmite tranquilidad, seguridad y que le ayuda a mantenerse sereno conteniendo la emoción; otro es cuando entrelaza las manos con el pulgar hacia arriba, un gesto de liderazgo que podemos ver en mucho líderes políticos y que surge de manera inconsciente cuando estamos convencidos de lo que decimos y queremos dar énfasis sobre el mensaje verbal”. 

Y, por último, “cuando apoya las palmas de las manos sobre el escritorio: lo vemos cuando habla de la crisis económica y de cómo ha afectado al tejido social. Cuando dice algo que le emociona toca el escritorio con las manos para estabilizarse y sentir sostén”. La experta destaca cómo traga saliva justo cuando termina de decir «doy paso a quién se encuentra en inmejorables condiciones para conseguir esa estabilidad» y justo antes de decir ‘el príncipe de Asturias tiene la madurez…’, esta secuencia demuestra la contención emocional que estaba manteniendo, concluye.