Hay gestos que son capaces de cambiar por completo la manera en la que te sientes. Prueba a poner una canción, empieza a mover los hombros, deja que tus caderas sigan el ritmo, sonríe casi sin darte cuenta y te aseguro que como por arte de magia, te sentirás otra persona. Bailar es una forma de expresión, una manera de pasarlo bien, de hacer ejercicio, aunque también es salud. Salud física, emocional y mental. Aunque lo hayamos olvidado en medio de la rueda de productividad y prisas en la que vivimos, mover el cuerpo al ritmo de la música puede ser un acto de presencia, una forma de decirle al mundo —y a una misma— que estamos aquí. Presentes.
Este efecto mágico lo ha descubierto en carne propia la entrenadora Sara Tabares, directora de PERFORMA Entrenamiento Personal y autora del libro Ellas entrenan +40. “Empecé a bailar samba en un momento muy bajo y creo que me salvó. Al principio me di cuenta de que lo que me frenaba, como a mucha gente, era el hecho de no hacerlo perfecto”, confiesa. “Gracias a mi profesora de samba y a mis compañeras, entendí que no tiene que ser perfecto, tiene que sentirse. Bailar es hacer sentir, y ahí está la clave del poder del baile”.
Bailar enciende la vida
A Sara le cambió la vida y para corroborarlo no hay más que acudir a los cientos de estudios científicos que existen al respecto, y que avalan que bailar mejora el estado de ánimo, protege el cerebro y fortalece el cuerpo. En términos fisiológicos, bailar activa la liberación de neurotransmisores relacionados con el bienestar. “Cuando bailas tu cerebro libera dopamina, serotonina y oxitocina: un cóctel natural contra la tristeza y el estrés”, afirma Sara Tabares. Ese subidón que sentimos al salir de una clase de baile o al hacerlo en la cocina o mientras limpiamos la casa no es casualidad, en realidad estamos entrenando el cuerpo y mimando el cerebro.
La entrenadora de PERFORMA nos cuenta que existen varios estudios que han demostrado que bailar mejora la memoria, la atención y la función ejecutiva, previene el deterioro cognitivo e incluso reduce el riesgo de demencia. Un famoso estudio publicado en el New England Journal of Medicine encontró que el baile social era la única actividad física —por delante del ciclismo, la natación o incluso el golf— que se asociaba a un menor riesgo de demencia. También se han observado beneficios claros en personas con Alzheimer, ya que les ayuda a frenar el deterioro y mejora su calidad de vida.
Por otro lado, movernos al ritmo de la música con frecuencia también mejora nuestro sistema cardiovascular, regula la presión arterial, potencia la capacidad aeróbica y reduce la frecuencia cardíaca en reposo, señala Tabares. A nivel muscular, aumenta la fuerza, el equilibrio y la movilidad. “En adultos mayores, se ha visto cómo el baile mejora la fuerza de las piernas, el equilibrio y la movilidad general del cuerpo”, explica la entrenadora, quien destaca especialmente los bailes latinos y de salón como los más completos, según un estudio publicado por el Departamento de Estudios Deportivos, Facultad de Estudios Educativos, Universidad Putra de Malasia.
Pero quizás el efecto más poderoso sea el que tiene sobre cómo nos sentimos con nosotras mismas. “Bailar mejora la autoestima y la percepción corporal porque nos ayuda a ver el cuerpo como un aliado, no como un enemigo. Conectas con él, trabajas con él, y eso se convierte en un placer”, señala Sara Tabares. Esa conexión profunda con el cuerpo convierte al baile en un lenguaje que habla directamente desde las emociones.
Bailar mejora la autoestima y la percepción corporal
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No debemos olvidar que bailar en grupo crea comunidad. Favorece la socialización, el sentido de pertenencia, y reduce el aislamiento, uno de los marcadores que más se están investigando como causa de la aceleración del envejecimiento. “Cuando haces una clase en grupo, fortaleces vínculos, te sientes acompañada. Todo eso mejora tu bienestar emocional”, apunta.
Por eso, aunque no te atrevas a dar el paso porque sientes que no se te da del todo bien, Sara insiste en que debemos recordar que, como en todo, no se trata de perfección, sino de presencia. De sentir. De permitirse.