Una de esas partes de nosotros es lo que se llama niño interior, un niño herido que llevamos dentro, y que está herido debido a las experiencias traumáticas y dolorosas que hemos vivido desde el nacimiento. Esas experiencias que tratamos de olvidar por suponer demasiado sufrimiento. Eso significa no mirar cara a cara a ese niño herido que requiere nuestra atención. El hecho de haberlo ignorado no significa que haya desaparecido, o que ya no le dé importancia a las experiencias traumáticas vividas. Para huir de ese dolor, desterramos a ese niño a lo más profundo de la caverna, a nuestro inconsciente.

Ese niño herido lleva todo este tiempo intentando llamar nuestra atención; necesita atención y mucho cariño

En vez de eso, muchas veces le damos lo contrario, es decir, le juzgamos y no le cuidamos. El dolor que eso le produce se instala en cada una de las células de nuestro cuerpo. Dentro de cada célula también se encuentra la semilla de conocimiento para sanar a ese niño a través de la sabiduría que se encuentra dentro de nosotros y que está latente, esperando a ser manifestada. También está la sabiduría y la herencia genética que nuestros antepasados nos dejaron, tanto su dolor como sus dones, esperando a ser utilizados para el bien y felicidad en nuestra vida. Pero ese tema familiar y su influencia en nosotros será tratado en otra ocasión.

El alma que viene a este mundo necesita saber que su llegada a la vida es deseada y necesita saber que no está abandonada, que puede explorar el nuevo mundo que se le presenta, sentirse un alma única y especial, conocer los límites de la vida, etc.

No recibir la oportunidad de recibir esta fuerza nos lleva a sentirnos de adultos incapaces de hacer frente a las dificultades de la vida, viviendo entonces frustrados y sumidos en el miedo y en el enfado.

Cuando somos adultos y seguimos teniendo a nuestro niño herido y sin atender, las heridas que le han mantenido sumido en el dolor no solamente vienen desde la más tierna infancia; también influye la vida intrauterina, es decir, le influye enormemente las vivencias, los pensamientos, las emociones y las impresiones que la madre ha tenido durante su embarazo de nosotros. A su vez, durante las etapas de la adolescencia, también se producen necesidades que son importantes atender y que pueden producir heridas para toda la vida adulta, si no somos conscientes de ellas y no atendemos a su sanación.

Existe un trabajo terapéutico de sanación del niño interior, que es necesario atravesar si queremos iluminar la sombra de la que hablamos en la anterior ocasión. En esa sombra está también el niño herido. Pero no solamente el nuestro, sino cada niño herido de nuestros padres y antepasados, esperando a ser atendidos. Dentro de ese trabajo terapéutico se encuentra la escucha profunda a ese niño. Significa hablar con él todos los días, abrazarlo, cuidar de él, no regañarlo por haber hecho una cosa que ha sido fruto de su inocencia y su ingnorancia. Es importante darse cuenta de esto. En cada persona se encuentra un niño herido, en cada maltratador hay un niño que ha sido maltratado y que no aprendió a ser amado, sino que también ha sido maltratado. No se le ha enseñado lo que es amor, el respeto y la compasión.

Otro aspecto del proceso terapéutico también supone atravesar y revivir esas experiencias dolorosas que, como hemos dicho, hemos evitado recordar debido al dolor que nos supone. Significa volver a vivir en la mente esa experiencia con el fin de llegar a comprender qué significó y qué mensaje nos quiso decir esa situación.

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Al igual que con la sombra, de la que hablamos en el artículo anterior, si negamos las heridas o la existencia de ese niño herido que somos en parte, se convertirá en sombra; en algo que cuanto más se niegue u oculte, más llamará con más fuerza a la puerta de nuestra mente para que le atendamos.

El objetivo de este proceso da como resultado varios aspectos importantes para nuestra evolución y eliminación del lastre que nos impide dar la mejor versión de nosotros mismos. La superación de este proceso nos hará más responsables para tomar las riendas de nuestra vida, ser más creativos, mayor equilibrio entre nuestra parte adulta y nuestra parte lúdica más infantil; la que se divierte, es confiada, no se preocupa por lo que pueda pasar, confía en la vida de forma natural y es atendida en sus necesidades. El niño sanado recupera su ilusión, sabe convivir perfectamente y en armonía con el adulto que toma las decisiones. El adulto que tiene cuidado a su niño interno tiene en cuenta sus necesidades a la hora de tomar decisiones con entusiasmo. Porque dentro de ese niño nuestro están las ilusiones, los sueños, las fantasías y la manifestación más auténtica de nuestra alma.

Quiero terminar con un texto de Paulo Coelho acerca del niño interior y la importancia de su cuidado:

“Bienaventurados los pequeños, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Si no nacemos de nuevo, si no volvemos a mirar la vida con la inocencia y el entusiasmo de la infancia, no tiene sentido seguir viviendo.” Paulo Coelho

Escrito por: Pablo Ruiz Bellveser. Terapeuta Transpersonal. Consultor del Árbol de la Vida personal.

Info: dufresne12 @hotmail.com