Si alguien me preguntara (ya me lo pregunto yo a mí mismo) cuál es la entrevista que más he disfrutado en mi carrera diría sin dudarlo que la que tuve con Rocío Dúrcal en 2003, en su casa de Torrelodones. Este fin de semana se cumplían diez años de su muerte y me apetecía rendirle este pequeño homenaje...

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Rocío, en su casa de Torrelodones, la tarde en que hicimos la entrevista.

Mi compañero fotógrafo y yo llegamos por la tarde, a eso de las seis, cuando se aproximaban las mejores horas de luz para hacer fotos. Nos recibió Junior, quien dio unas órdenes en tagalo a alguien del servicio (por si las nuevas generaciones no lo saben, era filipino), y un par de minutos después, como una estrella saliendo al escenario, emergió en el salón Rocío, con los brazos abiertos y más bonita que ninguna: con el pelo engominado, sin apenas maquillaje y de negro de pies a cabeza, sobriedad absoluta.A mí no me conocía de nada, así que se abrazó a Santi, mi compañero, y casi sin transición me agarró del brazo para manejarse con los taconazos para atravesar el irregular suelo de la parcela que rodeaba su casa ("¿Me permites? Es que soy muy tocona"). La sesión de fotos fue rápida, sin cortapisas de ningún tipo (cuántas deberían aprender de las grandes) y con la seguridad de alguien que sabía que, arruga arriba, arruga abajo, la cámara la adoraba.

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Mi camino se volvió a cruzar con Rocío Dúrcal en la entrega de los Premios Naranja y Limón en junio de 2005. Estuvimos hablando de nuestra entrevista y hablando sobre el tratamiento que estaba recibiendo. Pese a estar muy delicada, no perdió la sonrisa en ningún momento.

A punto estuvo Marieta (así la llamaban los amigos, pero yo no me tomé tal atrevimiento) de caerse a la piscina al posar en el borde y ya me veía yo como un vigilante de la playa saliendo en su rescate... Un momento gracioso, pero no tanto como cuando se encaramó a una moto de gran cilindrada de su hijo Antonio que estaba aparcada en la entrada. Una muestra más de su gran seguridad en sí misma y de que era artista las 24 horas.Una vez hechas las fotos, llegó el turno de la entrevista. Anfitriona espontánea, se fue a buscar a un par de cervezas ("las ha metido hace un rato en el arcón mi nuera, Edurne", la ex de su hijo Antonio) y nos pusimos a charlar como dos amigos en una barra de un bar. Por allí andaban un par de perros, uno dentro de la casa, más privilegiado, y otro que se tenía que conformar con el mundo exterior... y Junior se quedó viendo la tele, despreocupado y feliz.

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El intercambio de anillos entre Junior y Rocío Dúrcal, en 1970. Unos novios guapísimos y muy modernos.

Yo había hecho los deberes, así que cada pregunta llevaba inducida las respuesta. "Podrías haber escrito la entrevista sin venir", me dijo, muerta de la risa. Lo que ella no sabía era que yo era fan desde niño y que de alguna forma estaba cumpliendo un sueño: conocerla.Rocío también me desveló uno que no pudo llegar a cumplir, grabar un disco de dúos por sus 40 años en la música: "Quiero que esté Ricky Martin, entre otros. Ya tengo confirmados a Alejandro Sanz y a Luis Miguel. Joaquín Sabina espero que no me diga que no, porque le mato. Deseo que tengamos todo grabado antes de final de año. Hay que ver cómo tienen las agendas...".Este disco, que hubiera sido un acontecimiento musical superlativo, no llegó a grabarse, aunque en su lugar nos regaló 'Alma ranchera', pura esencia mexicana que de vez en cuando me gusta revisitar y que ha quedado como un testamento artístico, porque ya lo grabó tocada por la enfermedad.

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Rocío Dúrcal sigue siendo la artista española femenina que más discos ha vendido en la historia.

Como decía, de Rocío Dúrcal se sabía casi todo, así que no tenía mucho sentido que tratase de ser incisivo o de descubrir la pólvora con ella, así que le dejé que me volviera a contar su vida, una narración salpicada de modismos mexicanos, sin eufemismos ni paños calientes: "Mi padre pensaba que estaba embarazada porque Antonio (Junior) y yo nos casamos pronto, a los nueve meses de empezar a salir. Yo, sin embargo, fui virgen y martir al matrimonio, que no creo que fuera ni bueno ni malo, simplemente era otra época", nos decía sobre su boda con el que fuera el gran amor de su vida.La cantante también abordó cuestiones como el embarazo de su hija Carmen y su ruptura con Óscar Lozano sin andarse con rodeos: "Yo no conocía ni siquiera la chico, ni sabía que salía con él. Ella me contó que no había sido un descuido, que era un bebé deseado. Luego, las cosas no estaban bien entre Carmen y Óscar, por razones de esas que las mujeres perdonamos difícilmente: cuando se hacen una vez, muy raro será que no se repitan".

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En 2001, con su marido, Junior, y sus dos hijas, Carmen y Shaila, en la presentación del disco 'Entre tangos y mariachi'.

Rocío, que mostraba entusiasmo al hablar de sus tres hijos, sabía ya que su heredera artística sería Shaila, que apareció esa tarde por casa, dando brinquitos y regalando besos, muy en la línea de su madre: "Carmen es muy responsable y muy seria, aunque muy simpática. No le gusta meter la pata ni hacer el ridículo. Es muy trabajadora. Antonio, que está licenciado en Empresariales, nos ayuda mucho con los papeles y esas cosas, tiene todo controlado. Shaila, la pequeña, es lo contrario a sus hermanos, es un torbellino de colores, no para en casa. Lleva dos temporadas haciendo coros en mis conciertos y dentro de unos meses sacará un disco de música 'tecno'.La vida se paró para Rocío hace ya una década, pero su leyenda sigue viva. Basta viajar a Estados Unidos o a México para que te sorprenda una de sus canciones en un restaurante o en un centro comercial. Allí la veneran y aquí, que nos cuesta más reconocer a los grandes, se la sigue queriendo mucho, como artista y como persona, porque una cosa no puede desligarse de la otra. Así se forjan los mitos...