Se conocieron en 1985 haciendo el servicio militar y dos años más tarde crearon el popular dúo de humoristas Cruz y Raya. Juan Muñoz, de 55 años, y José Mota, de 55 años, formaban el tándem perfecto sobre los escenarios, pero no tanto en lo personal. Hoy, 35 años después, es Juan quien, en esta conversación exclusiva, deja brotar sentimientos que ha mantenido ocultos durante décadas. El detonante, la muerte de su madre, Teresa, y el total desinterés de Mota ante un dolor que le quema las entrañas. Cuando hablamos con él se sincera de tal forma que da pie a pensar que con su excompañero jamás hubo el menor afecto. Las risas de antaño se tornan en llantos.

No puedo aguantar más, he callado muchos años y ya es hora de decir la verdad sobre ese señor, que se llama José Mota, y que ha sido incapaz de darme el pésame, sabiendo que mi madre murió hace un mes. Es la gota que colma el vaso. Han sido muchos desprecios, muchas cosas que me hicieron daño y que he guardado en silencio muchos años”, explica dolido Juan.

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Juan Muñoz, roto de dolor

El humorista se rompe cuando recuerda a su progenitora. Minutos de silencio, tan solo roto por el llanto. Le cuesta hablar, necesita su tiempo. “Mi madre era una mujer extraordinaria, un ejemplo de vida, una persona imprescindible. Se ha ido con tan solo 76 años y su muerte me ha dejado destrozado, con un dolor inmenso, un vacío imposible de llenar. Tuvo una infección de riñón y no pudo remontar. Hoy en día, las UVI se reservan para los enfermos de coronavirus…”, se lamenta.

Cuesta creer que Mota no se haya preocupado por ti.

Pues esa es la realidad. A ese chico le he ayudado más yo que él a mí. Y quiero que la gente se entere de lo mala persona que es. Nunca fue mi amigo, es muy duro reconocerlo, porque es el padrino de mi hijo, pero jamás se ha preocupado de su ahijado. Creo que no le ha visto desde que hizo la Primera Comunión. José es muy prepotente. Yo he sido siempre el mismo, pero a él le cambió el dinero y la fama. No tiene ni la mitad de dignidad que yo. Hay personas que somos vocacionales y otros que van a por el dinero.

¿Cuál es tu situación económica?

No me falta para comer. Además tengo varios proyectos pendientes, un nuevo espectáculo de humor, una serie de televisión… Mi pareja, Bibiana Peiró, es la dueña de un hotel de cinco estrellas, el Gandía Palace. Nos ganamos muy bien la vida. Hasta tenemos un pequeño yate. Estoy muy enamorado y feliz.

¿Y tu hijo Richard?

En Madrid. Tiene 28 años y es un fenómeno, uno de los mejores ingenieros de Telecomunicaciones de España. Vive en mi chalet de las afueras de la capital.

Cuando conociste a José no era humorista.

Era mecánico de panadería. Yo estudié Arte Dramático, hablo tres idiomas, toco el piano y la guitarra, he dirigido dos películas... ¿Quién se cree que es? Le falta humildad. Tonto de mí, en un momento de nuestras vidas me engañé a mí mismo creyendo que en José tenía un amigo, cuando nunca lo fue.

Es muy duro decir eso.

Ya, pero es la puta realidad.

Pero, ¿a qué se debe tanto rechazo por su parte?

No lo entiendo, nunca le hice el menor daño. Llevamos diecisiete años sin Cruz y Raya, un dúo que funcionaba a la perfección, y mucha gente me pregunta todavía el por qué de aquella ruptura. No sé qué contestar.

A Juan no se le ha ocurrido llamar a José en estos días tan duros: “¿Para qué? No merece la pena. Además, me tiene bloqueado. Su corazón lo tiene en el banco. Estoy muy dolido con José. Me ha demostrado que es un mal tipo. Y me cuesta creer que tenga amigos. Es más, hay un dicho: “no tiene más parientes que sus dientes”. Le califica perfectamente”

¿Es posible que no quiera saber nada de ti por tus antiguas adicciones?

¿Por fumarme un porro diario? Ahora es que ni fumo, estoy fuerte y cuidándome mucho. Gracias a Dios, aquella adicción está superada desde hace cinco años, y el tabaco hace tres. Estoy completamente limpio. Yo conocí a un José con el que me divertía y ahora veo en él a un tipo al que no conozco de nada.

¿Sientes rencor?

Nunca he sido rencoroso, pero su actitud me ha tocado mucho la fibra. Su prepotencia y subida de tono duelen aunque no quieras.