Margarita de Valois es un claro ejemplo de cómo el refrán “coge fama y échate a dormir” es muy certero, salvo que en el caso de ella, esa fama es mala. Fue una reina importantísima en el complejo siglo XVI europeo pero que, en parte gracias a lo que Alejandro Dumas escribió de ella, lo más reseñable que ha quedado de ella es que era una ninfómana. Una manera bastante injusta y machista y que, además, no se puede demostrar. Si tuvo o no una vida sexual intensa no lo sabemos y si realmente la tuvo, desde luego se parecía bastante a la de sus coetáneos hombres que hacían, literalmente lo que le venía en gana.

Margarita, conocida también por Margó, fue una de las hijas de la poderosa Catalina de Médici, reina consorte de Francia y que no por el hecho de no ser la propietaria de la corona tuvo menos influencia. Al revés. Es fácil intentar imaginar con los ojos del siglo XXI y con los conocimientos que ahora tenemos de psicología, que tener una madre potente, audaz, inteligente, brillante y culta, tiene que pasar factura de un modo o de otro. A pesar de que no tenían una relación cercana, para Margarita su madre era un figura inspiradora de temor, respeto y admiración.

Nació el 14 de mayo de 1553 en el castillo de Saint -Germain-en-Laye, siendo la séptima hija del rey Enrique II de Francia y de la mencionada reina Catalina de Médici, que tuvieron la nada despreciable cifra de diez hijos. No solo era hija de reyes, sino que fue hermana de hasta tres reyes, reina consorte de Navarra (baja Navarra, francesa), reina consorte de Francia y hermana, por cierto, de Isabel de Valois, la amadísima tercera esposa de Felipe II de España. Rodeada de tanto rey y reina, su vida, entenderán ustedes, no fue normal.

Su infancia, en compañía de sus hermanas Isabel y Claudia, estuvo cuidada a cargo de Charlotte de Vienne, una dama de la corte que se caracterizó por darles una educación esmeradísima y muy centrada en el catolicismo. En esta época ya se había producido la gran escisión de la iglesia cristiana y protestantes (en Francia, hugonotes), calvinistas, luteranos y católicos, andaban a la gresca todo el día, más por cuestiones políticas aunque la disfrazaban de religiosas. Su padre murió en una justa de una manera de lo más desagradable, ya que su contrincante le clavó la lanza en el ojo atravesándole el cráneo, lo que le provocó una agonía de días para terminar, lógicamente, muriendo sin remedio. Por cierto, la justa se había celebrado en honor de la boda de Isabel con Felipe II. Al pobre suegro le salió carísimo el enlace.

Una vez casadas sus hermanas, a Margarita la enviaron a vivir al Castillo de Amboise para completar su educación al lado de sus hermanos Enrique, duque de Anjou y futuro rey Enrique III, Francisco, duque de Alençon y Carlos, futuro Carlos IX y que fue el que le puso el sobrenombre de Margot. Estos dos hermanos estaban fuertemente unidos hasta que ella se quiso casar con quien quería y no debía y él lo impidió. Dejaron de hablarse para siempre.

Hablaba inglés, español italiano por su madre, francés por su padre, latín y griego. Y, además, era muy ducha en ballet, prosa, poesía y equitación. Una dama en toda regla. En 1563 es trasladada a la corte de Francia con sus hermanos mayores y el joven Enrique de Navarra (spoiler: su futuro marido). Durante dos años es llevada de palacio en palacio por toda Francia para ser presentada y, de paso, conocer y aprender. Y vaya si aprovechó el tiempo: Margarita no sería ya nunca igual después de haber visto con los ojos muy abiertos todas las intrigas palaciegas y aprenderlas para sí. Francia estaba inmersa en todo tipo de conflictos políticos y sobrevivir en la corte era todo un arte. Llegó el momento de buscarle un buen marido ya que ella era un partido de lo más ventajoso. No solo en lo económico, sino en lo estratégico. Y la que se encargó personalmente de ello fue, por supuesto, su madre Catalina de Médici. Menuda era como para no encargarse de lo que en aquella época era lo más importante. Primero se intentó con Carlos, príncipe de Asturias pero el duque de Alba dijo de ni hablar. También se intentó con el archiduque Rodolfo y Sebastián I de Portugal pero Felipe II, que era su cuñado, se opuso. Todo esto, por supuesto, sin preguntarle nada a ella. ¿Qué le iban a preguntar a una mujer del siglo XVI? Como mucho, qué quería desayunar y poco más.

Estaban en estas lides diplomáticas de casarla cuando Margarita cayó rendidamente enamorada de Enrique de Guisa. Tanto que dijo que quería casarse con él. Y ahí fue cuando su hermano se lo prohibió. Y no porque el tal Enrique no tuviera suficiente pedigrí, de hecho le sobraba. La cuestión es que era hijo del difunto duque de Guisa, el gran líder de los católicos franceses más intransigentes. Margarita tuvo que obedecer, decir adiós a su gran amor pero le retiró la palabra a su hermano para siempre. Tenía carácter la muchacha. Y fue ahí, justamente en ese momento, donde nació la leyenda. Se dice pero ningún historiador ha podido constatarlo, que Margarita acató lo de no casarse con el duque pero que se convirtieron en amantes. Eso sí, después de que ella se casara porque, se imaginarán ustedes que en aquella época lo de casarse virgen para una mujer hija de reyes era imperativo legal. En realidad para todas, pero para las de su alta alcurnia, más. ¿Que una vez casada pudo serle infiel a su marido con el que de verdad ella quería? Puede ser pero no se sabe y, por tanto, no puede afirmarse. Ella no dejó por escrito ninguna carta que revelase tal secreto y eso que en aquella época, las mujeres de la corte, escribían sin parar. Lo epistolar eran las redes sociales de la época.

 La boda de Margarita

Como casarla era imperativo, Catalina de Médici tuvo la genial idea de usar a su hija como moneda para reconciliar un poco a católicos con protestantes y fue así como se le ocurrió que qué mejor opción que Enrique de Navarra, que era protestante. Un inciso para que nadie se confunda. Era Baja Navarra, es decir, territorio francés, nada que ver con Navarra, territorio en esa época y desde 1512, de la muy católica Monarquía Hispánica. Margarita era de familia católica, así que si se casaba con un rey protestante, las cosas se podrían mejorar. Así que nuestra querida protagonista dijo que sí a la boda (como si le hubiera servido de algo decir que no) pero con la condición de mantenerse católica. No es que ella fuera una gran ferviente, más bien habría que “interpretar” que fue una manera de decir: “yo hago lo que me mandáis, pero dejadme decidir algo más que el vestido de novia”. Pero esto es solo una suposición. No hay nada que lo confirme. En cualquier caso y puesto que ambas religiones iban ya por la tercera guerra, tener un matrimonio real con representación de ambas facciones les pareció una gran idea. Craso error, claro.

La que sería su suegra, Juan de Albret, era otra mujer de armas tomar y, si bien cuando conoció a Margarita, se quedó encantada: “Con su belleza y su ingenio, ejerce una gran influencia sobre la reina madre y el rey, y Messieurs, sus hermanos”, le escribió a su hijo, enseguida se dio cuenta de que la bella sería muy bella pero de abjurar del catolicismo, ni rastro. Por si fuera poco, el papa y el rey Felipe II pusieron el grito en el cielo y dijeron que ese matrimonio no podía ser posible. Por religión, claro está.

Como las comunicaciones en aquella época eran lentas, las negociaciones comenzaron a hacerse eternas y el hermano de la novia, el ya rey Carlos IX, tiró por la calle de en medio y ordenó que la boda la oficiase el Cardenal de Borbón y sin permiso del papa. Juana de Albret, la futura suegra de Margarita, puso el grito en el cielo pero rápidamente cambió de opinión cuando se le dijo que la dote de la novia iba a ser de muchos dineros. Asunto arreglado. Protestante, sí, pero no tanto.

Juana de Albret, la madre del novio, murió días antes de la boda dice la leyenda que envenenada por Catalina de Médici quien habría puesto veneno en sus guantes. La verdad es que la historia nunca deja de sorprendernos con sus intrigas. Verdad o mentira, la madrina de la boda no llegó viva al evento que se celebró el 18 de agosto de 1572 en la Catedral de Notre Dame de París.

La Matanza de San Bartolomé

La boda duró cuatro días en los que hubo de todo, bailes, comida, bebida…tanto hubo que hasta tuvo una matanza, la de San Bartolomé. La unión no había apaciguado nada. Miles de protestantes fueron asesinados en las calles de la capital de Francia y el propio rey Enrique, temiendo por su vida, dio aquella famosa frase de: “París bien vale una misa”, abjuró del protestantismo y se hizo católico.

Catalina de Médici, ante tanto horror, propuso a su hija anular el matrimonio pero esta le dijo que era imposible puesto que ya se había consumado: “Soy en todo sentido su esposa”. En sus Memorias dejó escrito que: “Sospechaba que el propósito de separarme de mi esposo era para intentar hacerle algo malo”. Fue ahí cuando comenzó a extenderse la fama de Margarita era una ninfómana y provino sobre todo de las facciones protestantes para menoscabar su honor.

Matrimonio desgraciado y complots varios

El matrimonio de Margarita y Enrique fue de todo, menos feliz. Tampoco es que eso importara demasiado pero lo que sí lo hacía y mucho era tener hijos. Y no los hubo. Incompatibilidad o esterilidad de ella ya que él sí tuvo descendencia de su segundo matrimonio con María de Médici. El caso es que además de un matrimonio infructuoso, durante el mismo hubo acontecimientos políticos de complots que terminaron con el repudio de Enrique hacia Margarita que tuvo que huir. Lo hizo a la localidad francesa de Agen de donde era condesa y tenía un castillo. Allí reclutó a todo un ejército y mandó fortificar las murallas ya que temía por su vida. Pero los lugareños se volvieron contra ella y tuvo que huir de nuevo para ser finalmente apresada por su propio hermano, Enrique III quien dejó por escrito esto: "Cuanto más la conozco, más reconozco la ignominia en la que esta miserable nos ha hundido. Lo mejor que Dios podría hacer por ella es llevársela”.

Últimos años de su vida

Margarita pasó 19 años recluida pero en muy buenas condiciones porque se ganó los favores de su carcelero, por lo que su reclusión no fue tal. Ahí aprovechó para escribir sus Memorias.

En 1593 hizo las paces con su marido aunque no para volver a vivir juntos. Él ya era el rey de Francia y pretendía descendencia. Para ello lo mejor era volver a casarse y haciendo migas con su esposa, esta declaró para obtener la nulidad que había sido un matrimonio forzado. Esto no deja de ser siempre hilarante ya que casi todos eran sin consentimiento y no por ello se anulaban. El caso es que el matrimonio se anuló y enrique se casó con María de Médici. Margarita volvió a París y ahí fue donde realmente hizo la vida que le dio la gana ya como mujer soltera sin obligaciones de ningún tipo y entregándose a la vida más placentera que pudo encontrar en su privilegiada posición. Murió en 1615 a los 62 años y, a pesar de no haber tenido descendencia, ha pasado a la historia como una reina que sirvió de perfecto enlace en la transición de dos épocas muy distintas.