Los expertos hablan de que cada parte de nuestro comportamiento revela algo sobre nuestra personalidad. Incluso en los espacios más pequeños y los momentos más breves, como podría ser un ascensor, dicen mucho de nosotros, de nuestros miedos, maneras de relacionarnos, deseos, etc. Olga Albaladejo, psicóloga integrativa y coach, afirma que “Es uno de esos espacios que compartimos a diario y que, bien mirado, resulta ser un escenario fascinante para la psicología: cerrado, impersonal, con contacto físico involuntario y reglas sociales que todos parecemos conocer, aunque nadie haya escrito nunca, y eso convierte al ascensor en un espejo en miniatura de nuestros automatismos”.
Albaladejo explica que desde su campo, se sabe que los entornos ambiguos y no estructurados activan lo más automático de nuestro comportamiento. “No actuamos, reaccionamos. Por eso, aunque no existe una escala diagnóstica sobre la ‘personalidad en el ascensor’, sí podemos observar patrones de afrontamiento, formas de regular la ansiedad y estrategias sociales que dicen mucho de nosotros. Incluso en 30 segundos”.
Analizamos con ella qué dice de nuestra personalidad el lugar que ocupamos en el ascensor, por qué nos incomoda y cuáles son esos microgestos que nos delatan.
Nuestra posición en el ascensor habla de nosotros
Olga Albaladejo nos remite a Edward T. Hall, pionero de la proxémica, quien explicó en 1966 que estructuramos el espacio en zonas: íntima, personal, social y pública. “El problema del ascensor es que nos obliga a compartir la zona íntima (menos de 45 cm) con desconocidos. Eso genera una tensión natural. A partir de ahí, cada persona activa sus propios recursos psicológicos para sobrellevarlo”. Aclara que lo mismo sucede con el silencio. “En cualquier otro lugar, dos desconocidos en silencio no se consideran extraños. Pero en un ascensor, ese silencio adquiere peso. Como si hubiera que hacer algo con él, y ese ‘algo’ también habla de nosotros”.
La experta analiza la posición que ocupamos al subir al ascensor y lo que dice de nosotros:
- Cerca de la puerta: Necesidad de control, deseo de salir rápido, evitar sensación de atrapamiento.
- Al fondo del ascensor: Tendencia a la observación, introversión o discreción. No siempre es timidez, a veces es estrategia.
- Centrado y mirando al frente: Puede ser signo de comodidad o de bloqueo.
La elección del sitio no es casual. Igual que tampoco lo es la postura corporal, señala Albaladejo, quien explica que si te expandes, transmites seguridad o dominancia (o simplemente no eres consciente del resto), mientas que si te contraes, buscas invisibilidad o protección.
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Los tres grandes estilos sociales en el ascensor
1. Evitativo
- Miras el móvil sin mirar nada en concreto.
- Evitas el contacto visual.
- Si te hablan, respondes con monosílabos o finges no haber oído.
- Es el estilo más común. El móvil actúa como "pantalla de invisibilidad". En otra época, habrías llevado un periódico abierto.
2. Afiliativo
- Saludas con naturalidad.
- Comentas el tiempo o el día.
- Preguntas a qué piso va el resto para pulsar tú.
- No necesariamente eres extrovertido. Quizá solo quieres que el silencio no se haga más incómodo, y lo gestionas con cordialidad.
3. Desinhibido o expansivo
- Escuchas un audio o hablas por teléfono.
- Vas con auriculares y te marcas un leve balanceo (o un baile completo).
- Te acomodas sin preocuparte por el espacio del resto.
- Sueles tener baja ansiedad social. Eres de los que ponen la banda sonora incluso en espacios compartidos. A veces resultas simpático, y otras invasivo.
Microgestos que nos delatan
“Carraspear, toser, bostezar, mirar el reloj, son actos de desplazamiento. Pequeños gestos que liberan tensión sin abrir una conversación”, afirma Olga Albaladejo, quien añade que acomodarte la ropa o mirarte al espejo, no siempre es vanidad. A veces es inseguridad corporal o necesidad de sentir que estás ‘presentable’ antes de la reunión.
Ponerse nervioso en un ascensor lleno no significa que tengas un trastorno. Pero si tu corazón se acelera, sudas o necesitas salir de inmediato, puede ser una reacción fóbica o de ansiedad social, arguye la experta. “Diversos estudios apuntan a que cerca del 12,5 % de la población (sobre todo mujeres) experimenta claustrofobia en algún momento. El ascensor es uno de los desencadenantes clásicos”.
El panel de botones como tablero de poder. Quien entra y pulsa el botón primero suele tener iniciativa, recalca Olga. “Le gusta anticiparse, organizar. Podemos llamarle ‘el CEO del ascensor’. Otros esperan a que alguien actúe, y si nadie lo hace, lo hacen ellos con resignación”. Nos remite a un estudio publicado en Journal of Experimental Psychology, en el cual se demuestra que quienes accionan los botones recuerdan mejor la disposición del panel. “Tomar el control mejora la memoria espacial, y quizá también la emocional”.
Las diferencias culturales (o por qué algunos saludan y otros no), también se dejan ver cuando nos subimos en un ascensor. “Edward T. Hall también demostró que la distancia interpersonal cambia según el país. En culturas latinas o mediterráneas, la cercanía física se tolera más. En otras, como la japonesa o la anglosajona, se valora el espacio personal. Eso explica por qué algunas personas no soportan un ascensor lleno y otras ni se inmutan”, arguye la psicóloga.
Olga Albaladejo nos invita a preguntarnos:
- ¿Quién eres tú en el ascensor?
- ¿El que se pega a la puerta como si estuviera preparado para huir?
- ¿La que se va al rincón y observa desde las sombras?
- ¿El que canta mentalmente con los auriculares puestos?
“La buena noticia es que ninguno de esos perfiles es bueno o malo. Lo relevante es darse cuenta. Observarte. Porque si puedes conocerte un poco mejor en un trayecto vertical de 30 segundos, quizá puedas también hacerlo en otros espacios donde, como en el ascensor, no eliges ni el entorno ni la compañía, y aun así, puedes elegir quién quieres ser”, concluye.