Sofía Palazuelo es una de las mujeres más buscadas por los fotógrafos y la llamada prensa del corazón o crónica social. Al margen de que ella misma irradia elegancia, misterio y glamour, Sofía tiene un papel histórico debido a su matrimonio con Fernando Fitz-James Stuart, duque de Huéscar y futuro duque de Alba. Sofía es, por tanto, duquesa consorte de Huéscar y está llamada a ser la próxima duquesa de Alba consorte cuando muera el actual.
Sofía Palazuelo y su marido yendo al Teatro Real.
(Gtres)
Al margen de que la nobleza y sus historias puedan atraer la atención de las páginas rosas, lo cierto es que la verdadera importancia de esta pareja radica en la historia de la familia Alba. A veces se encuentran críticas hacia las personas de la nobleza de gente que ignora que en el siglo XXI tener un título nobiliario no conlleva privilegio alguno y, sin embargo, sí representa una carga económica, especialmente si dicha dignidad lleva pareja un vasto patrimonio como es el caso de la Casa de Alba.
La importancia histórica de la Casa de Alba
La casa ducal de Alba es una de las más antiguas dentro de la nobleza española, más bien castellana ya que su origen se remonta a siglos antes de la construcción de España. Su origen se remonta al año 1472 cuando el rey Enrique IV de Castilla (hermano de Isabel la Católica) otorgó a García Álvarez de Toledo y Carrillo de Toledo, quién ya era el II conde de Alba de Tormes, el ducado y con grandeza de España.
Sofía Palazuelo y Fernando Fitz-James Stuart presentando a su segunda hija, Sofía.
Gtres
Es importante señalar que en el Antiguo Régimen (antes de 1789) la nobleza funcionaba de otra manera, claro está. Tal y como cuenta el historiador Manuel Fernández Álvarez en su libro, Felipe II y su tiempo, “ya los documentos medievales distinguían la alta y baja nobleza, siendo la primera, los ricos homes”. Carlos V, en un claro intento de controlar a gente tan poderosa, nos cuenta el historiador, “los clasificaría en Grandes y Títulos, especificando cuántos y cuáles eran unos y otros: 25 Grandes y 35 Títulos. Entre los primeros estaban los más destacados de aquella alta nobleza, como los duques de Alba, Infantado, Medinaceli o Medina-Sidonia”. Entre los segundos, la mayoría de los marqueses y condes, salvo que por una gracia especial el Rey los hubiera aupado a la categoría Grandes (tal como el conde de Benavente). En todo caso, sesenta linajes en la cumbre, dominando inmensos territorios, con pleno señorío, donde gobiernan, cobran rentas y administran justicia como si fueran pequeños reyes. Con Felipe II incrementarán sus cifras hasta cerca de un centenar.
Podríamos entrar en las minucias que protocolariamente los diferenciaban: “unos eran los primos del Rey; los otros, los parientes”; por lo tanto, gozando de esos grados de la gran familia con que desde la corte se trataba de gobernar la monarquía. Esos “Grandes” y “Títulos”, esos magnates (esos ricos homes) son poseedores de inmensas fortunas que heredan por el principio del mayorazgo. De ahí la diferencia entre el primogénito (por supuesto, varón) y los demás hijos de tronco familiar, los segundones; el primero lo heredaba todo, los otros tenían que buscarse la vida por diversas vías, como la iglesia o el servicio a la Corona.
Hoy en día algunas cosas se mantienen, el mayorazgo, desde luego, salvo que ya no se discrimina a la mujer, de hecho, los actuales duques de Huéscar tienen dos hijas (y están esperando un tercer vástago) y la primogénita, Rosario, será la destinada a ser la futura duquesa de Alba por derecho propio. Cayetana, la muy querida duquesa de Alba fallecida en 2014, heredó el título porque no tenía hermanos. De haber tenido un hermano varón después de ella, hubiera sido para él. Esto, afortunadamente ha cambiado. No así en la Jefatura del Estado donde sigue vigente la ley agnaticia, es decir, la que regula que el varón tiene preferencia sobre la mujer independientemente del orden en que nazcan. Sin duda, un tema pendiente.
El caso es que ser poseedor del ducado de Alba tiene, en primer lugar, un significado histórico de gran calado. En primer lugar, porque son los dueños de un legado patrimonial que representa el pasado y con un valor incalculable. La Casa de Alba concretamente tiene edificios que son la mejor representación del arte en el pasado, así como un archivo histórico que cuidan como lo que es: un importantísimo tesoro.
El patrimonio de la Casa de Alba
Forbes lo valoró en 3.000 millones de euros entre palacios, terrenos agrícolas, castillos, valores bursátiles, obras de arte y, hasta la muerte de la anterior duquesa, 51 títulos. El actual duque ha mermado el número de títulos ya que Cayetana los cedió en vida a varios de sus hijos, no teniendo él ahora mismo el record de dignidades que ha pasado a ostentar Victoria de Hohenlohe-Langenburg, la duquesa de otra gran casa ducal, la de Medinaceli.
Títulos aparte, es innegable la importancia del patrimonio de los Alba tanto para ellos mismos como para la sociedad española. Las críticas que a veces resuenan en ciertos ámbitos de la sociedad sobre las ayudas que reciben para el mantenimiento no parecen tener mucho sentido ya que de ese patrimonio disfrutamos todos ya que todos los palacios pueden ser disfrutados y el archivo histórico que hay en Casa Pilatos, Sevilla, es de un valor incalculable para los historiadores. Las sociedades avanzadas son aquellas que respetan el pasado y su patrimonio sin destruirlo ni despreciarlo. No es una prebenda como en el antiguo régimen, es de vital importancia protegerlo como lo es, por ejemplo, la catedral de Burgos o la Alhambra de Granada. Bien es cierto que son propiedades de la familia, pero por derecho propio, por herencia. No sucede lo mismo, por ejemplo, con el Palacio Real, el Palacio de la Granja o San Lorenzo del Escorial, todos ellos Patrimonio Nacional.
Palacio de Liria, Madrid
Es la residencia oficial de la Casa de Alba y domicilio del actual duque de Alba, Carlos Fitz´James Stuart. Se trata de una construcción del siglo XVII (1767-1785) por orden del III duque de Berwick y Liria, Jacobo Fitz-James Stuart y Colón. Su autor es Ventura Rodríguez Tizón, arquitecto madrileño. Si Sabatini trajo el estilo italiano y Juan de Villanueva fue el responsable de realizar la adaptación al país de los modelos europeos de la instrumentalización neoclásica, Ventura Rodríguez aportó un renovado carácter en sus propuestas. Su actividad fue clave en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, vinculada estrechamente a las obras del Palacio Real de Madrid.
El Palacio de Liria, además de su innegable valor arquitectónico, alberga en su interior una importante colección de arte como cuadros de Tiziano y Goya, así como frescos de Giambattista Tiépolo, además de la valiosa galería de tapices.
Palacio de las Dueñas, Sevilla
Se trata de un palacio de estilo gótico-mudéjar rodeado de impresionantes jardines. Fue construido entre los siglos XV y XVI en el lugar donde antes estaba el monasterio de Santa María de las Dueñas, de ahí su nombre. El origen fue la casa-palacio de los Pineda, señores de Bermeja, una de las grandes familias nobiliarias de Sevilla de la época. Llegó a manos de la familia Alba vía matrimonial, por Antonia Enríquez de Ribera, casada en 1612 con Fernando Álvarez de Toledo, quien sería el VI duque de Alba.
Tal y como señalan desde la propia Casa de Alba, “la Fundación Casa de Alba dedica grandes esfuerzos a la difusión y a la apertura de la colección Casa de Alba junto con sus palacios, residencias actuales del duque, para ofrecer la posibilidad de disfrutar y conocer su legado. El duque de Alba defiende una política de apertura y cercanía con la ciudadanía española”.
Palacio de Monterrey, Salamanca
Una joya arquitectónica renacentista y, muy especialmente, del Plateresco. Don Alonso de Acevedo y Zúñiga, III conde de Monterrey, un noble de origen gallego. Fue construido por los arquitectos Rodrigo Gil de Hontañón y fray Martín de Santiago en 1539 y costó 10 millones de maravedíes que, para que el lector se haga una idea, equivaldría a unos 150 millones de euros.
La fachada principal posee decoración a base de cresterías así como chimeneas de filiación francesa que contrasta con la decoración del cuerpo inferior de estilo medieval. La parte más llamativa del palacio son los torreones.
Llegó a manos de la Casa de Alba tras el matrimonio de Catalina de Haro y Guzmán (1672-1733), VIII condesa de Monterrey, madre de la famosa Teresa Álvarez de Toledo, la XI duquesa de Alba retratada por Goya.
El peso histórico que recaerá en los futuros duques de Alba es de una grandeza incalculable, así como un gran honor que deberán honrar con un exquisito cuidado de ese patrimonio para que siga siendo también un poco patrimonio de todos los españoles.