Para el extraordinario que publicamos con motivo de nuestro aniversario le hemos rogado que nos evoque algunos de los hechos que han quedado más profundamente grabados en su memoria y nuestras preguntas han abarcado lo que, estando más lejos en el tiempo, sigue presente: la formación de a quien esperaba un destino excepcional.

-Señor, vuestra vida no evoca el título de una comedia de Benavente, "El príncipe que aprendió todo en los libros". En los libros habéis aprendido, pero es posible que sea vuestra propia vida en tantos escenarios, en tan diversas y no fáciles circunstancias, donde habéis aprendido más, ¿es así?

Desde luego, he tenido esa suerte, de la que pocas veces se benefician los Reyes. Porque, aunque, efectivamente, no todo ha sido sencillo, me ha dado la ocasión de conocer a los españoles, y de que los españoles me conozcan, en muy diversas ocasiones y con una cercanía y espontaneidad que en aquellos años no hubieran sido fáciles en otras condiciones.

-Las raíces del hombre suelen ser su propia infancia. Vuestra existencia comenzó en varios escenarios: Roma, Lausanne, Zurich, Estoril. Teníais cuatro años cuando fuisteis a Suiza, que es, entre otras cosas, los Alpes. Frecuentasteis, en compañía de miembros de vuestra familia, los paraísos de los esquiadores. Los niños suelen familiarizarse con la nieve rápidamente. ¿Fue en esta nieve donde nació una de vuestras aficiones predilectas, la del futuro esquiador que ahora sois?

Sí. Recuerdo muy bien aquella época, las personas que nos atendían, el colegio de Friburgo, donde daban mucha importancia al esquí. Había incluso una «escuela de nieve»>, donde se compaginaban estudios y esquí.

Don Juan Carlos, esquiando en una foto de archivo.

Don Juan Carlos, esquiando en una foto de archivo. 

Gtres

-Como vivíais entonces en un cantón suizo francófono -Lausanne-, una de las preocupaciones de vuestros augustos padres era que el español fuese vuestra verdadera lengua. Creo que vuestra abuela paterna, la Reina Victoria, casada con Alfonso XIII, que había sufrido mucho en Madrid, por su acento inglés, se sumaba activamente a la voluntad de formaros en vuestro propio idioma. ¿Os costó mucho el dominio del español?

Desde luego soy español, mi familia es española y en casa siempre hemos hablado en castellano, y no solo hablado, sino también escrito: hay bastantes cartas mías de aquella época, bastantes para un niño que andaba alrededor de los siete años-. Por tanto, nunca tuve que plantearme el hecho de dominar el español. Claro, que entonces hablábamos habitualmente francés fuera de casa, como antes italiano, y, como cualquier niño de mi edad, tenía una gran facilidad para aprender idiomas y también para mezclar un poco a voleo palabras y aun expresiones en las conversaciones corrientes. Mi abuela, que recordaba su experiencia en España, me ayudó mucho a corregir estas imperfecciones de aprendiz. En Friburgo, además de los estudios del colegio, me dieron clases de Historia y Literatura española y fue allí donde aprendí a conocer el español «por dentro», por otra parte, como cualquier niño español de mi edad.

-Entra, señor, en la etapa de los internados, en el mundo colegial. Tanto vuestros padres como vuestra abuela consideran que os ha llegado la hora de alejaros un poco de la ternura de las «nurses»>, que tendían a dejaros hacer lo que queríais; es decir, comenzar a forjar desde la infancia al hombre que ibais a ser y prepararlo para su entonces eventual destino. Ingresáis en un colegio selecto de Friburgo, donde se practica una disciplina adecuada a la edad de los alumnos, pero bastante firme. ¿Esa incipiente iniciación a la disciplina colectiva fue elemento favorable, más tarde, para el hombre que hubo de vencer muchas dificultades y no pocas adversidades hasta llegar al Trono de España?

Aprendí en casa la autodisciplina. Era para mí, mi parte principal de mi vida. Lo que pasa es que fui al colegio cuando mis padres marcharon a Portugal, y en ese sentido recuerdo que me costó separarme de ellos. Entonces eran mucho más corrientes que ahora los internados, de modo que mi caso no era único. En seguida se creaba una gran camaradería, que recordamos con especial cariño. El colegio era selecto, no como ahora se entiende el término -como un lugar para gente con mucho dinero, por ejemplo. Nosotros, desde luego, no lo teníamos-, sino porque daba una excelente educación en el sentido global del término. Mi bisabuelo Alfonso XII estuvo también en el mismo colegio en París, que era como la matriz del mío. De esta educación formaba parte esencial la disciplina, que es claro que no siempre nos gustaba, pero también nos daba un punto de referencia, sabías lo que podías y no podías hacer, y luego, naturalmente, hacías tus travesuras, y si te cogían había que responder de ellas. Es algo quizá difícil de entender hoy, pero creo que es muy positivo a la larga. Mis padres tuvieron mucho empeño en que fuera tratado como los demás, y, desde luego, lo consiguieron. Tuve que quedarme algún fin de semana sin salir del colegio. Pero conservo un excelente recuerdo de aquellos años, en que, además, tuve ocasión de conocer a estudiantes españoles, marianistas como los que regían el colegio.

-Perdone, señor, que insista en vuestra etapa infantil. Se dice -y la frase no es superficial- que «el niño es el padre del hombre>>. En Estoril, donde os reunís con los condes de Barcelona, os aficionáis al mar, a la vela, que sigue siendo uno de vuestros deportes favoritos. Pero también a la hípica. Me parece que participasteis en algún concurso hípico infantil en Cintra. ¿Ya no figura este deporte entre vuestras aficiones, como la vela, el esquí, la caza...?

Es verdad que montaba a caballo, es casi un hábito de familia. Pienso que hasta que salí de la Academia como teniente fue mi principal deporte; participé en varios concursos. Después lo fui dejando; cuando no se dispone más que de un tiempo limitado, hay que ceñirse a uno o dos deportes si se quiere practicarlos y disfrutarlos a fondo y hacer algo mínimamente serio en ellos.

El emérito, en la Academia Militar de Zaragoza.

El emérito, en la Academia Militar de Zaragoza.

Gtres

-El 8 de noviembre de 1948 es, señor, una fecha memorable en vuestro destino. Os instalan en la finca «Las Jarillas», cerca de Colmenar, donde se ha improvisado un «colegio» en el que va a convivir con algunos españoles. Os distinguís por vuestra sencillez, por vuestro sentido del compañerismo. Hasta aquella fecha vuestros ambientes, fuera de la familia, no fueron españoles. ¿Sentisteis un choque emocional? ¿Tuvisteis conciencia del acontecimiento o vuestra corta edad sólo percibía un cambio más de escenario entre los muchos que se habían producido ya en vuestra corta existencia?

Acontecimiento fue, desde luego. Salvo estar en casa, que es lo que verdaderamente me apetecía a los doce años, fue lo mejor que podía desear: estar en España, con españoles. Yo sabía que venir a España era algo muy importante, aquello para lo que había nacido. Estas cosas se saben con naturalidad en el ambiente de mi familia. Por otra parte, pronto me di cuenta de que, a pesar de la sencillez con que tuvo lugar nuestra llegada, entraba en contacto con el mundo real, en el que, a través de visitas, cartas y explicaciones, yo era «<realmente» el heredero de mi padre, no en un círculo restringido de leales, sino en mi propia patria, y en circunstancias en que serlo no era precisamente una bicoca, sino una obligación, la más importante, que me imponía deberes especiales en mi propio país y frente a curiosidades y a veces críticas con las que tenía que contar y a las que tenía que vencer. A mi manera, y en momentos concretos, yo era consciente de esto, pero, felizmente, "Las Jarillas" fue, ante todo para mí, mi grupo: mi hermano, mi primo Carlos, amigos que lo siguen siendo para mí «de toda la vida», y el grupo de profesores y de otras personas, como el dueño de la casa y quienes nos atendían en ella, de quienes conservo un recuerdo imborrable.

-Cuando el Príncipe don Juan Carlos concluyó el Bachillerato tuvo una agradable recompensa: participó en un brillante crucero, a bordo del «Agamenón», organizado por la reina Federica de Grecia. En él conocisteis a su hija, la princesa Sofía, que era de vuestra edad, dieciséis años. Más tarde, después de la boda con la misma, dicen que confesasteis haber sentido juvenil amor por ella. Un flechazo, en suma, pero un flechazo que dio en la diana. ¿Sucedió realmente así?

Aquel crucero fue una idea para relacionarnos a quienes fuimos invitados y que por una serie de razones llevábamos tiempo sin vernos todos juntos. El recuerdo que conservo es de una reunión de familia muy divertida, porque todos éramos jóvenes y teníamos ganas de pasarlo bien. Claro que la reina me gustó, pero los dos lo hemos dicho, no pensamos nada más hasta más tarde.

-En diciembre de 1955 jurasteis la bandera en la Academia Militar de Zaragoza y el 12 de diciembre de 1959 recibisteis vuestros títulos militares de las tres Armas. Habíais sido buen castrense. Muy pocos privilegios: un coche para vuestras salidas, del que hacíais partícipes a cuantos podíais. ¿Cómo recordáis ahora aquella vida juvenil a veces dura pero probablemente gozosa?

La recuerdo con mucha alegría, sobre todo porque no es sólo un recuerdo: hice allí muy buenos amigos que seguimos viéndonos. Fue una experiencia inolvidable, vinculada a recuerdos muy hondos, como el de la jura de bandera, a un conocimiento profundo y enriquecedor de la vida y el espíritu militar, que es algo muy importante para mí, y, cómo no, al optimismo de la juventud, que cuando se ve desde lejos es de lo mejor de la vida.

 

Don Juan Carlos y Doña Sofía, a las puertas de Zarzuela.

Don Juan Carlos y Doña Sofía, a las puertas de Zarzuela.

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Su hogar

-En noviembre de 1961 os instaláis en el Palacio de la Zarzuela. El lugar es agradable. Recibís una formación universitaria. Vivís sin lujos, casi austeramente, y vuestra vida comienza a ser, tan joven, lo que, empleando una expresión deportiva, podríamos llamar una continua carrera de obstáculos. ¿Ha sido la Zarzuela el marco algo campestre de vuestra madurez política?

La Zarzuela es mi casa, mi familia, mi vida. Me casé, apenas vine a vivir aquí, en esta casa bauticé a mis hijos y los he visto crecer, y este entorno es fundamental en mi vida y en concreto en la época a que se refiere la pregunta. No nos importaba llevar una vida austera, pues éramos muy felices. En este contexto, la Zarzuela ha sido, en efecto, el marco de las reflexiones, intuiciones y situaciones más importantes de aquella etapa de mi vida, para mí fundamental, porque me permitió organizar y canalizar energías y proyectos, siempre pensando en España y en los españoles, que después se han materializado en una forma más visible. ¿Obstáculos? ¿Quién no los tiene? Ya lo dice el refrán: quien algo quiere, algo le cuesta. Pero si estos años fueron duros, estuvieron siempre compensados por el cariño de mi familia, el afecto de mis amigos y de mu- chas personas, y también por la práctica del deporte con una asiduidad que ahora no me puedo permitir.

Los Reyes eméritos, Juan Carlos y Sofía, el día de su boda

Los Reyes eméritos, Juan Carlos y Sofía, el día de su boda

Gtres

-Llegamos a un hecho trascendental en vuestra vida, también en la vida de España: vuestro casamiento, el 14 de mayo de 1962, en Atenas, con aquella princesita morena, vivaz e inteligente, aficionada a la música, al arte, que habíais conocido durante aquel crucero por el Egeo. La vida de esta princesa, de toda su familia, no iba a ser camino de rosas. Teníais veintitrés años y ella veintidós. La ceremonia se celebró el 14 de mayo de 1962 y tuvo el alcance político que le dieron los miles de españoles que acudieron para presenciar el acto. Mejor dicho, para participar en una esperanza común. Ya habéis celebrado vuestras bodas de plata. Sois una pareja Don Juan Carlos y doña Sofia, siempre queridos y respetados. ¿Os ha quedado de aquel acontecimiento algo que se superponga en vuestro recuerdo a todo lo demás? ¿Le costó mucho a la Princesa Sofía el hacerse a la vida española, aprender la nueva lengua, familiarizase con las costumbres de nuestro país? 

De nuestra boda tengo dos recuerdos esenciales: nuestra felicidad personal, que era algo exclusivamente nuestro y de nuestras familias, y el sentido de mi misión, claramente presente e íntimamente entrelazado con el anterior, co-mo debe ser siempre en nosotros. ¿Sentimiento personal? Sobre todo, una enorme ilusión para el futuro, que el tiempo no ha hecho sino confirmar y acrecentar. A la Reina le costó hacerse a la vida española mucho menos de lo normal, teniendo en cuenta nuestras circunstancias en aquellos primeros años. Ahora todo el mundo lo sabe, pero entonces no, y por eso era mucho más admirable. Porque no se trataba tanto de que la Reina supiese cuál era su papel, que lo sabía, y perfectamente, sino que lo vivía con esa naturalidad con que hace siempre las cosas más difíciles y que es, sigue siendo, el rasgo de su carácter que la hace ser más querida y respetada dentro y fuera de casa.

-Comienza la etapa de maduración, de una muy larga espera. Habéis cumplido treinta años, es decir, la mayoría constitucional. Han nacido las dos Infantas y, el 30 de enero de 1968, el Príncipe Felipe, para cuyo bautizo vendrá a España, por primera vez después de su largo exilio, la reina Victoria. Viajáis mucho con vuestra esposa por España y fuera de ella. Aprendéis a conocer a los es- pañoles de todas las regiones, de todas las clases sociales. Domináis ya, siendo Príncipe, el oficio de reyes. ¿Conserva vuestra memoria alguna anécdota curiosa de aquellos viajes por España y fuera de ella?

No espere que le repita aquello de un paso adelante y dos atrás para esquivar un tomate que se estrelló en el uniforme de mi acompañante. Creo que mi recuerdo más sobresaliente de aquellos viajes es la confianza que suscitábamos en quienes nos veían de cerca, dentro y fuera de España, quizá porque éramos jóvenes; quiero creer que también porque nuestros interlocutores intuían las virtualidades de la Corona para generar confianza y que, lo digo con realidad ha confirmado. Creo que muchas posturas más o menos críticas o indiferentes fueron cambando paulatinamente y con naturalidad, dentro de las circunstancias permitían, porque el concepto de los viajes entonces era más envarado y formal a esta aceptación también natural. Recuerdo al mismo tiempo tantos testimonios de tantas personas que al conocernos recordaban a nuestra familia y que, sinceramente, nos emocionaron.

 

Rey de España

-El destino pisa a fondo el acelerador. El 22 de julio de 1968 sois designado sucesor de Franco y os convertís en Príncipe de España.  Sois piloto que que ya ha navegado mucho por aguas de la política. El 19 de julio de 1974 hospitalizan a Franco. Asumís los poderes de jefe de estado. El 2 de noviembre os trasladáis resueltamente a El Aiun, donde la guarnición española soporta la presión de la "marcha verde". Muere Franco el 20 de noviembre. Sois Rey de España. Es tan rápida la sucesión de los acontecimientos y de tanta densidad histórica, que no es fácil reducirlos a pocas palabras. Pero nos atrevemos a preguntaros lo que, en horas de tantas y tan grandes responsabilidades, consideráis dominante. 

No digo nada nuevo si repito que lo que deseaba con todas mis fuerzas era dar a los españoles lo que tanto deseaban, aunque algunos creyesen en aquel momento que no lo iban a recibir de la Corona: devolverles su protagonismo en todos los órdenes de la vida y su fe 
en sí mismos para proseguir por este camino una vez iniciado. Al mismo tiempo, hacer visi- ble a la comunidad internacional, tan egregia- mente presente y atenta en aquel momento, la auténtica imagen de España y de su generosi- dad y altura de miras, verdaderamente histórica, cara al último cuarto del siglo XX; una España en la que sabía, como la experiencia ha demostrado, que quienes nos acompañaban confiaban profundamente.

-Me figuro que el deporte es para el señor, además de afición, una evasión, un parénteis en el curso de sus ocupaciones. Pero deporte significa riesgo. Un día, en Gstaad, caéis so- bre una piedra y debéis estar largo tiempo in- movilizado en La Zarzuela. Cuando convalecíais se me ocurrió preguntarle a la Reina si estabais impaciente por volver a las pistas. Ella me contestó riendo que no os hablase de ello, que más valía olvidar por algún tiempo el esquí. ¿Habéis bajado más tarde por aque- lla pista para superar el recuerdo del accidente?

Desde luego, el deporte comporta riesgo, como toda actividad que merece la pena, pero el verdadero deportista conoce ese riesgo y sa be no exponerse inútilmente. Claro que he bajado por aquella pista, y con toda normalidad, no para superar el recuerdo del accidente.

-El telón se levanta para una nueva serie de peripecias históricas. El reinado os va a imponer graves y difíciles pruebas, que únicamente la sólida formación del adolescente que fuisteis y vuestro seguro instinto político pudieron superar. Se produjo una mutación importante en la estructura política de España. No debió ser fácil para vuestra Majestad aquella etapa de nuestra historia, pero salisteis victorioso a pesar del terrorismo, a pesar de los sucesos del 23 de febrero de 1981, que dominasteis desde La Zarzuela. Todo esto y mucho más está presente en los españoles co- mo si hubiese ocurrido ayer. Ha sido la gran prueba de una Monarquía recién restaurada. ¿Me podríais decir cuál fue el sentimiento que más profundamente caló en vuestra persona durante aquellas horas dramáticas?

Recuerdo que estaba tremendamente tranquilo, porque estaba seguro de lo que tenía que hacer, y lo hice, y me alegro mucho de haberlo hecho.

Las aguas se han aquietado. SEMANA OS desea, señor, como a la Reina, al Principe de Asturias y a las Infantas, que cosechéis los frutos de paz, de sosiego, de ventura por los que tan denodadamente habéis luchado sin rega tear esfuerzo ni riesgo. Los compartirán con Vuestras Majestades todos los españoles.