El 30 de mayo de 1431, una joven campesina es conducida en la localidad francesa de Ruan hacia el patíbulo donde será ejecutada tras haber sido declarada culpable de hasta 70 delitos, los más graves son los de herejía, ser reincidente, apóstata e idólatra. Y también por llevar pantalones e ir vestida como un hombre. Varios hombres la llevan prácticamente a rastras a su triste destino, justo el que ella jamás hubiera querido y ahora ve llegar de manera inexorable. Atada a un poste el fuego enseguida consumirá su cuerpo entre sus desgarradores gritos de dolor y angustia. Una vez consumada la ejecución sus cenizas serán tiradas al Sena. Moría la mujer, Juana y nacía el mito, Santa Juana de Arco. Tanto es así que llegó a ser beatificada y canonizada por la misma iglesia que la quemó y hoy es la patrona de Francia, aún a pesar de que el país galo es laico. Todos los 30 de mayo se celebra su festividad en Francia, Santa Juana de Arco, que es, además, patrona del país que es profundamente laico. Cosas que pasan. 

¿Qué pasaba en Francia en la época de Juana de Arco? 

Aunque Juana es del siglo XV, para entender su vida hay que explicar la Francia del XIV. La santa se metió de lleno en el ‘conflicto de los conflictos’, la llamada “Guerra de los cien años”, que enfrentó a Francia y a Inglaterra durante muchas épocas comprendidas en 116 años. Pero además, el XIV fue un siglo especialmente castigado por la peste y malas cosechas que dejaron a la población europea mucho más que diezmada. Guerra, peste y hambre que en esa época eran interpretados como los temidos jinetes del Apocalipsis de San Juan, es decir, como el fin del mundo. Francia e Inglaterra eran las dos potencias del viejo continente y estaban en constante disputa.  

Todo había comenzado como muchas guerras del antiguo régimen; con una usurpación de territorio por falta de heredero. Sin lugar a dudas ha sido el conflicto más largo que ha habido en la historia de Europa y su importancia fue de tal magnitud que no pocos historiadores reconocen que fue esta contienda la que forjó la identidad de ambas naciones.  

El rey de Francia había muerto en 1328 sin descendencia extinguiéndose con él la rama de los Capeto que llevaba reinando en el país desde el 938 en la figura de Hugo Capeto. La corona pasó entonces al primo del finado, Felipe VI de Francia, pero este era de otra dinastía, la Valois. Los descendientes y ascendientes de los reyes de ambos países estaban tan próximos en sus árboles genealógicos que no era extraño encontrar en una misma línea dos líneas señoriales disputándose el trono. 

El sobrino del finado, Eduardo III de Inglaterra reclamó para sí la corona en 1339 enciendo así la mecha de la guerra. Cuatro sucesores de ambos reyes vivieron esta guerra hasta que Francia ganó de manera inesperada en julio de 1453. Resumiendo muchísimo podría decirse que el 80% de la guerra estuvo dominada por las tropas inglesas que daban por sentada la victoria. Pero apareció Juanita.  

¿Quién era Juana de Arco? 

Juana de Arco, la protagonista de nuestra historia de hoy, nació a comienzos del siglo XV. No se sabe con certeza en qué año porque en su época no se hacían registros de los nacimientos, salvo en las personas de la nobleza y realeza y Juana era una campesina iletrada que, aún a pesar de todo ello, ha pasado a la historia como la gran heroína francesa. Podría haber sido una Santa Teresa de Jesús, porque en teoría era una mujer con visiones que hablaba con santas y con Dios quienes les revelaban lo que debía hacer. Pero eligió destinos bélicos en un momento muy complejo de la historia de Europa y acabó como el rosario de la Aurora.  

Son muchas las teorías sobre Juana de Arco. ¿Era realmente una visionaria? ¿Hablaba con Dios? ¿Era una esquizofrenia lo que sufría y por eso escuchaba voces? La medicina de la época no podría haber contestado jamás a estas preguntas. Pero lo que sí pasaba en la época era que la creencia en Dios estaba por encima de todas las cosas y la Santa Inquisición estaba ojo avizor a cualquier supuesta herejía para destaparla y juzgarla no ejecutando este tribunal sentencias, sino el poder político. Es muy importante recordarlo las veces que haga falta: la Inquisición juzgaba pero era el poder político el que ejecutaba…o indultaba. 

Las voces que escuchaba y sus famosas visiones 

En el verano de 1425 cuando Juana tendría unos 13 años comenzó a experimentar sus famosas visiones con San Miguel, Santa Margarita y Santa Catalina. En el juicio que le hicieron ella lo expresó así: “A menudo acuden sin que yo las llame, y nunca me faltan cuando las necesito”. En esas ‘conversaciones’ tuvo una en la que claramente Dios le decía que tenía que luchar contra los ingleses. Esto puede resultar chocante en el siglo XXI pero en el XIV, el hecho de que una persona asegurara que hablaba con Dios no se tomaba en broma, muy al contrario, o se tomaba muy en serio para venerarla o se tomaba también muy en serio para acusarla de hereje. A la pobre Juanita le pasó esto último. 

Debía de ser una joven muy decidida porque siendo campesina, se propuso que, como su destino era sagrado, debía presentarse frente al mismísimo delfín de Francia para explicarle lo que Dios le había dicho. No le fue fácil, como era de esperar, pero logró llegar hasta Roberto Baudricourt que gobernaba para Carlos VII, rey galo. Le contó que Orleáns sería liberada, que el delfín sería entronizado en Reims y que los franceses serían derrotados en la Jornada de los arenques. El gobernador no le hizo ni caso y le dijo al primo que acompañaba a Juana: "Llévala nuevamente a casa junto con su padre y propínale una buena paliza".  

Pero Orleáns fue sitiada el 12 de octubre de 1428, cumpliéndose así lo que Juanita había augurado. Aún así, Baudricourt permanecía escéptico, aunque poco a poco empezó a lo que hoy denominaríamos “mosquearse”. El de febrero de 1429 profetizó que los franceses serían derrotados en la batalla de los Herrings y esta vez, quizás harta de que no se la tomaran en serio, se las arregló para ir directamente a despachar con el rey en Chinon. Así, sin anestesia, una campesina acompañada de 3 chicos y vestida de hombre. Estaba convencida de que era una enviada de Dios para salvar a Francia del yugo inglés. Juana reveló al monarca un secreto que sólo él conocía y esto hizo que las cosas cambiaran totalmente: se empezaron a tomar en serio a la campesina y pasó en Poitiers por un riguroso examen de médicos y sabios de la época para ver si estaba realmente loca, poseída o decía la verdad y, sorprendentemente concluyeron con que: “es una heroína, la santa doncella guerrera, fervorosa y fuerte, enviada para la salvación del reino “.  

De Juanita la campesina a Juana la soldado 

Así las cosas, Juana fue autorizada a ser acompañada al campo de batalla por 4 mil hombres y con la protección del duque de Alençon. Lejos de ser un ejército bien adiestrado, eran unas tropas sin disciplina y entregados a diversiones con mujeres que no consentían y saqueos. Entre junio y julio de 1429 las ciudades de Meung y Troyes se rindieron sin resistencia alguna. Aunque Juana no tenía ni la más remota idea de luchar se entregaba a ello con pasión. El hecho de ver a la tropa cometiendo tales tropelías le hizo poner orden y, como tenía mucho mando en plaza, redujo el número de mujeres que acompañaban a su ejército y organizó confesiones y misas para todos. Como había predicho, los franceses derrotaron a los ingleses y Carlos fue consagrado rey en Reims.  

Comienza la caída en picado de Juana 

Después de tales acontecimientos lo lógico es que Juana hubiera sido premiada por su actitud pero las cosas no siempre suceden con esa lógica. Juana abandonó Orleáns y se dirigió a Compiégne que seguía bajo yugo inglés. Y ahí se torció todo para ella porque fue capturada por el conde de Luxembourg, del partido borgoñés, que eran franceses pero aliados de Inglaterra en esta contienda. Tenían a la Doncella (así se hacía llamar ella) en sus manos y se iban a cobrar la venganza a esa joven campesina que tanto los había humillado. Exigieron a la Inquisición de París que la examinaran y con la pretensión de que reconociera que se lo había inventado todo.  

De mayo de 1430 a mayo de 1431, pasó de una villa a otra siendo vendida hasta su llegada final a Ruan, donde el obispo de Beauvais, Pierre Cauchon, lideraría un proceso bastante sospechoso. Analizando su causa desde el punto de vista jurídico, se demuestra una y otra vez que se trató de un juicio de anatematización en el que los inquisidores, aprovechándose de que Juana no era más que una campesina, terminara declarando justo lo que la declaraba culpable. 

El juicio a Juana 

Después de meses de tortura, Juana terminó “confesando” que todo era mentira. No fueron torturas excesivas porque ella no gozaba de buena salud y querían un “castigo ejemplarizante”, es decir, de entrada sus jueces deseaban condenarla para dar ejemplo quemándola en plaza pública y no que se les muriese en los calabozos. No hace falta ser muy sagaz para entender que, lo más probable es que la pobre mujer, que solo tenía 19 años, terminara diciendo lo que ellos querían oír, sobre todo para evitar ser quemada. Bien sabía que ese era el castigo para los culpables de herejía. Y a ella la estaban acusando de eso principalmente.  

Y eso hizo, decir que se lo había inventado todo. Pero, de manera inesperada, unos días más tarde se retractó de lo retractado y dijo que no, que no solo escuchaba la voz de Dios y las santas, sino que estas se habían enfadado con ella por renegar de ellas. Y claro, la lió muchísimo más porque ya no sólo la condenaron por herejía, sino que también por persistir en ella. En derecho canónico la abjuración es lo que se busca cuando alguien comete herejía. Juana abjuró pero después se desdijo. Conclusión: fue declarada culpable. 

La sentencia fue así: “En el nombre del Señor. Amén. Cada vez que la fe errónea contagia con su pestilente veneno a un miembro de la Iglesia y se transforma en Satanás dentro de un miembro, ha de impedirse con celo ardiente que el peligroso contagio invada a otros miembros del cuerpo místico de Cristo (...). Por ello, declaramos nosotros, Pedro, por la misericordia divina obispo de Beauvais (...) a vos, Juana, llamada comúnmente La Doncella, apóstata, idólatra, hechicera (...) Con esta sentencia declaramos que hemos juzgado sobre vos, que como un miembro gangrenoso sois excluida de la unidad de la Iglesia y arrancada de su cuerpo para que no contagiéis a los otros miembros y que seréis entregada al brazo secular”. 

Y la pobre Juana fue quemada en la hoguera 

El brazo secular no era otro que los ingleses que estaban instalados en Ruan. Y así, sin más debates ni contemplaciones y sin que el rey Carlos mediara por ella, Juana fue conducida el 30 de mayo a su terrorífica muerte. Miles de personas presenciaron lo que era un espectáculo. Se sabe que llegó al patíbulo vestida con ropajes largos, las manos atadas y un capirote donde se leía: “Hereje, reincidente, renegada, idólatra”. Juana se arrodilló, rezó, besó una cruz, comulgó y fue atada al poste donde el fuego tardó minutos en devorarla. 

Santa Juana de Arco 

Veinte años más tarde de su ejecución su madre pidió reabrir el caso y Juana fue declarada inocente. De poco servía puesto que ya estaba más que muerta pero sí sirvió para abrir un debate que terminó en una beatificación el 18 de abril de 1909 por el papa Pío X quien años más tarde, el 16 de mayo de 1920 la canonizó.  

Y así se escribe la historia. Juana murió de una de las maneras más horribles posible después de un juicio más que cuestionable pero se convirtió en un mito y en Francia está considerada una heroína nacional. Más que por santa, por guerrera. No deja de ser, cuando menos, curioso, que la Iglesia Católica fuera la que la condenara a la hoguera y la misma Iglesia, la que la declarara santa siglos después. Cosas de la Edad Media, suponemos.