La terrible muerte de Diana el 31 de agosto de 1997 paralizó al mundo. Y fue también el comienzo de una leyenda que no ha hecho más que crecer desde entonces.

Muy poco se sabe a ciencia cierta de la verdad sobre la relación entre la que fuera Princesa de Gales (ya estaba divorciada de Carlos) y Dodi Al-Fayed. Los rumores, supuestamente todos confirmados, van desde que era un romance de verano a que el hijo del dueño de Harrod’s era el amor de su vida.

Pero la única certeza que tenemos es que las fotos de ambos en la Costa Azul francesa fueron un bombazo periodístico sin precedentes, que confirmaban una relación que finalmente duró poco más de mes y medio. Y también un mazazo para el palacio de

Buckingham, sobre todo tras las especulaciones de que ella podría estar embarazada. Eso es lo único que sabemos a ciencia cierta.

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Todo lo demás son leyendas que no hacen más que agrandar el mito.

Una vez convertida en la superstar que deslumbró al mundo, Diana era una incomodidad para la Familia Real británica.

En la polémica entrevista que dió a la BBC el 5 de noviembre de 1995 -gestada a escondidas de palacio junto al entonces desconocido periodista Martin Bashir- dijo que solo quería “convertirse en la reina de los corazones” de los británicos. Luego manifestó que se arrepentía de esas declaraciones. Pero el caso es que la ‘reina de corazones’ había logrado eclipsar a su exmarido, el Heredero. E incluso a la mismísima Reina de Inglaterra. Este noviazgo con el hijo play boy del millonario Mohamed Al-Fayed no era algo fácil de digerir para la Corona.

La tragedia

El 31 de agosto de 1997 el mundo se despertó con la impactante noticia de que Diana y su novio habían muerto en un accidente de coche en París, mientras huían de los paparazzi, tras una romántica cena en el Hotel Ritz. En esos años no había redes sociales y el uso de Internet era muy limitado. Pero ese domingo 31 de agosto el mundo se paró.

El Reino Unido, y sobre todo Londres, fue el epicentro del dolor de un pueblo que lloraba a su princesa. Espontáneamente fue Buckingham el lugar al que todos iban a mostrar su luto, pese a que la ya divorciada Diana vivía en el palacio de Kensington, y ya no era miembro de la Familia Real.

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Un funeral de realeza

Isabell II no se bajó de su pedestal, y eso marcó una crisis sin precedentes en su reinado. El entonces Primer Ministro, el laborista Tony Blair, a quien Diana también había conquistado, tuvo que ‘recomendar’ a Su Majestad que cambiara de actitud. Fue entonces cuando la Reina fue protagonista de un hecho histórico: bajar a la mítica puerta del palacio, a la calle, para ver las muestras de condolencia.

Mientras, la bandera ondeaba a media asta. La bandera solo ondea en palacio cuando la Soberana está dentro; que estuviera en el mástil mientras ella estaba fuera del recinto fue el primero de los gestos que tuvo que hacer para que ‘el pueblo’ le perdonara los desplantes que había hecho a ‘su princesa’.

La muerte de Diana marcó un antes y un después en la vida de los Windsor, que tuvieron que ‘resetearse’, una vez más, para adaptarse a una realidad que iba más rápido que ellos. Pero también una vez más supieron hacerlo.

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Y la mejor prueba de ello es que veinticinco años después Isabel II sigue en el Trono, siendo la monarca más popular del mundo. Y Carlos ha podido casarse con Camilla, que ha sido aceptada. Eso sí, sin ser Princesa de Gales.

El funeral de Diana fue una cuestión de Estado. En un principio no iba a tener ese rango, pues ella ya no pertenecía a la familia ni era Alteza Real. Pero organizaron “un entierro único para una persona única”, según dijo un portavoz de la casa.

Un ser excepcional

“Era un ser excepcional. Yo la admiraba y respetaba por su energía y compromiso con los demás. Especialmente por su devoción a sus dos hijos. Nadie que conociera a Diana la olvidará jamás”, afirmó entonces -forzada por la situación- Isabel II.

No se equivocó. La leyenda de Diana, Princesa del Pueblo, no ha hecho más que crecer. Y el ‘subirse al carro’ de esa leyenda ha permitido a los Windsor no morir aplastados por ella.