La última aparición de la Reina Letizia tenía mucho de simbólico. La inauguración de la nueva temporada del Teatro Real suponía la reapertura del templo operístico madrileño tras muchos meses cerrado por la pandemia del coronavirus, así que era de reconocer el esfuerzo. En este sentido, el apoyo por parte de los Reyes a la Cultura, tan duramente golpeada, iba por delante. Por el otro, esta cita siempre tiene lugar a mediados de septiembre, justo en los días en los que la Reina celebra su cumpleaños (el día 15 del mes). A veces incluso han coincidido ambos momentos, pero esta edición tenía lugar tres días más tarde de que Doña Letizia soplase sus 48 velas de la tarta. El caso es que este es un evento muy esperado y en el que ella suele darlo todo de sí a nivel de estilo. El acto y el marco lo requieren. Sin embargo, esta vez algo ha fallado...

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Resulta evidente que no era una inauguración al uso. Las mascarillas por delante y la propia situación sanitaria en la que nos encontramos impedían el brillo y esplendor de otras ocasiones. Y aunque la Reina Letizia se presentó con su intenso y poderoso color rojo, el hecho de que se pusiera por cuarta vez el vestido de encaje con silueta corola de Carolina Herrera hablaba por sí solo. Cuatro veces desde que lo estrenó en junio de 2017 para celebrar el 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas en España. Después lo llevó en un acto de los Premios Princesa de Asturias y luego en otro compromiso en Valencia. Es muy bonito, cierto, uno de sus modelos más alabados de los últimos tiempos, pero llama mucho la atención este reciclaje si echamos un ojo al mismo evento en años anteriores.

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La Reina Letizia siempre acudía al Teatro Real fantástica, especialmente radiante tras sus vacaciones de verano, las oficiales en Mallorca y las privadas en algún lugar del planeta. Este año la Familia Real se ha quedado sin estas últimas por las circunstancias, y aunque Letizia luce un favorecedor bronceado, tampoco es lo mismo. Parece que un cierto sentido del decoro ha primado esta vez. Ningún estreno (el estilismo lo completaba con sandalias destalonadas rojas y clutch dorado, ambos de Carolina Herrera). Poca ostentación, más naturalidad. Tampoco grandes joyas (unos simples aros como pendientes y su anillo de Karen Hallam). El peinado también era discreto: su melena suelta ligeramente ondulada, en contraste con los elaborados recogidos de otros años.

En nuestra retina quedan sus grandes momentazos de ediciones anteriores para acudir a la ópera: el precioso vestido esmoquin blanco del año pasado de la firma española Lola Li, que debutaba en su Vestidor; o el impresionante mono azul petróleo con escote asimétrico y capa de Pedro del Hierro de 2018; o incluso el vestido corto con transparencias en el bajo de Felipe Varela que estrenó en 2016, el mismo día que cumplía 44 años. Looks que entonces hizo acompañar con sus mejores complementos y aderezos, sus zapatos de Manolo Blahnik, sus joyas "de pasar"...

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En resumen, este año la Reina Letizia está apostando por una estrategia muy evidente: su nueva temporada comienza sin gastar, reciclando (todos los vestidos que ha escogido en sus últimos actos son repetidos). No necesita deslumbrar tanto. En consonancia con los tiempos, con más ética y menos estética. Con menos glamour y más sencillez. 

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