¿Cuántas veces dejamos de utilizarlo tras el producto limpiador, por pereza o por restarle importancia? El tónico facial, en contra de lo que a veces se piensa, es un producto esencial en el cuidado del rostro, y en concreto, de la limpieza habitual.

Lo primero que tenemos que saber es para qué sirve: Es el último paso (necesario, como os digo), del desmaquillado diario, porque la leche, mousse o aceite, por sí solos, resultan insuficientes. Pero además, algo muy importante, equilibra el pH, que se ve alterado por la limpieza, y más, aún, simplemente por lavarnos la cara con agua, pues esta es ligeramente más alcalina que la piel. Además, el tónico mejora la textura y la irrigación sanguínea provocando la revitalización de los tejidos, aporta luminosidad, refresca, cierra los poros y acaba de eliminar cualquier resto de suciedad que aún pueda quedar. Por último, y esto es muy interesante, una piel perfectamente limpia, que haya terminado el ritual con tónico, estará en las condiciones perfectas para recibir el tratamiento posterior, normalmente, el serum o la crema.

¿Y cuándo lo usamos? Mañana y noche, cada día. Porque no hay nada peor para el rostro que no limpiarlo en profundidad: desaparece su luz, llegan granitos y puntos negros, y empeora su aspecto en general, porque los activos de los tratamientos no trabajan a pleno rendimiento. A la hora de escogerlos, hay que fijarse en el más adecuado para nuestro tipo de piel: los hay suaves y sin alcohol para piel sensible, astringentes para piel grasa, con una ligera acción exfoliante para pieles muy queratinizadas, etc. Lo aplicamos empapando un disco desmaquillante y extendiéndolo sobre el rostro (evitando el contorno de los ojos), cuello y escote, a ligeros toquecitos, es decir, sin arrastrar. También los hay con pulverizador, se aplican a modo de bruma y es algo que produce una sensación muy agradable, ¡es fantástico en los meses cálidos!