Son muchos los que conocen a Isabel Rábago por a la televisión, sus libros o sus artículos, pero pocos son los que conocen a la persona detrás del personaje, cuando se baja de los tacones y se encierra en su casa a estudiar o cuando abraza a su marido nada más cruzar el umbral de su casa, para ella una de las mejores cosas de esta vida. La periodista se desprende de su armadura y comparte con SEMANA rincones de su vida, hasta ahora desconocidos.

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Has dicho que no quieres olvidar nada de lo que has vivido durante esta pandemia ¿A qué te refieres?

En marzo, cuando comenzó el confinamiento, puse el piloto automático en mi vida y me dejé llevar. Lo que veía cada vez que salía de casa me superaba. Opté por protegerme, aunque era inevitable romperme… Para mí los tres meses de confinamiento no fueron ni las risas, ni los aplausos, ni la canción Resistiré, de la que acabé hasta las narices. Para mí la pandemia fue salir de casa en mi coche sin saber qué podíamos hacer bien o mal. Tuve la suerte de que trabajé toda la pandemia y eso me permitió ver Madrid a todas horas y ser consciente de esa imagen fantasmagórica. Y luego, encima te cruzabas con bomberos, con el ejército, coches funerarios... El día 31 prometí que sería el último que derramaría una lágrima y que, a partir de ese día, sólo expulsaría lágrimas de risa. Por eso no quiero borrar nada de mi mente. No podemos permitirnos el lujo de olvidar nada, porque entonces repetiremos la historia.

¿Cómo viviste esos duros momentos?

Veía a mis compañeros llegar anímicamente destrozados, porque venían de cubrir las puertas de los hospitales, y veíamos un montón de imágenes y testimonios que nos llegaban y que para nosotros queda. Teníamos que pintarnos una sonrisa porque estábamos haciendo televisión de entretenimiento. Lloraba desde que salía de la tele, lloraba muchísimo en el coche… Mi mayor miedo era que el virus entrara en casa. Me desnudaba en el portal de mi casa, mi marido me rociaba con alcohol de romero y me iba corriendo a la ducha. Me centré mucho en entretener a la gente. Me mandaban muchos mensajes y muchos me hacían llorar. Al final tenía una especie de sensación de que no tenía ningún derecho a quejarme por lo mal que lo estaba pasando el resto de la población.

Nos gustaría conocer más de ti, ¿cómo eres en la intimidad de tu hogar?

Cuando cruzo el umbral de mi casa le digo a la televisión: “adiós y buenas tardes”. Me bajo de los tacones, me desmaquillo y no lo vuelvo a hacer hasta que vuelvo a trabajar. En casa me gusta estar cómoda y me aíslo totalmente.  No pongo la tele para nada y me da exactamente igual, y tú dirás “¿y esto a qué se debe?”. Pues, por ejemplo, que sino no me hubiera graduado en tres años y medio en Derecho. Trabajo y me encierro.

Aunque llevas toda la vida con tu marido, el periodista Carlos Rodríguez, lo proteges mucho de cara a los medios de comunicación.

Me fastidia cuando me dicen comentarios del tipo, “que escondido lo tienes”. Carlos, aunque es también periodista, como yo, él quiere alejarse del foco mediático y no es que lo proteja, es que es mi punto de normalidad. Subo fotos de nosotros cuando me apetece a mí y cuando le apetece a él.

Has declarado en varias ocasiones que no quieres ser madre ¿Cuál es el secreto para estar tantos años juntos y sin hijos de por medio?

Sinceramente, no lo sé. Nos conocimos cuando teníamos 18 años y hemos crecido juntos. Desde que Carlos y yo nos conocimos en la facultad nunca hemos estado separados, de hecho, la única vez que me he separado de él fue cuando entré en Supervivientes. Muchas veces escribo: “sin ti no soy nada”. Y mucha gente se me echa encima, pero es así. Necesito sonreír todos los días y yo todo eso lo tengo. Me siento querida, protegida… Hay una frase que siempre le digo y es la siguiente: “me sigo perdiendo en tu mirada”, porque es así desde que tengo 18 años.

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¿Y lo de los hijos?

Yo vengo de familia numerosa. Tengo cuatro hermanos, maravillosos todos y como todo hijo de clase media, nos educaron con lo justo, pero con mucho amor. Yo era muy feliz con un pantalón al año, pero desde pequeña sabía lo que quería. ¿Cuándo nací alguien me dijo que tenía que firmar para tener hijos? Pues yo lo siento mucho, y ojo, soy muy niñera, pero no quiero esa responsabilidad. Para mí tener hijos es una responsabilidad y fíjate, me he encontrado en la vida con alguien que piensa igual que yo. Eso nos permite centrarnos mucho como pareja, que es fundamental, y también en hacer muchas cosas que con hijos estoy segura de que no podríamos haber hecho. Pero no porque los hijos te quiten la vida, sino porque simplemente te tienes que dedicar mucho a su educación.

¿Por qué crees que en la época en la que estamos sorprenda tanto que una mujer no quiera tener hijos?

La gente debe de pensar que soy una niña pija, pero esta niña ni es pija ni es nada. Una de las cosas que más me satisfacen personalmente es cuando la gente me conoce y me dice que no tengo nada que ver con la imagen que proyecto. Eso significa que estoy haciendo bien mi trabajo, porque tú no me tienes que conocer a mí. Tú me conocerás si yo quiero que me conozcas.

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En la televisión das una imagen de mujer vehemente y categórica.

Exactamente y luego me quedo en nada. Eso pasa mucho cuando estás compartiendo plató con personajes o compañeros que lo están pasando mal y les tienes que hacer una pregunta dura. Pero yo siempre les pregunto dime dónde está el límite y de ahí no paso.

Eres muy amiga de personajes famosos ¿Cómo vives el tener que ejercer tu labor de periodista y dejar a un lado tu papel de amiga?

Yo nunca tengo el afán de ser la primera. Cuando cuento las cosas, las cuento bien. Si no, no las cuento. A mí no me gusta ponerme medallas, en todo caso, me gusta elaborar la noticia y no tener que rectificar. Yo priorizo, y a lo mejor es un error, sin dejar de hacer mi trabajo. Yo sé que eso es muy complicado de entender y habrá gente que dirá que eso no es hacer bien mi trabajo, pero claro que lo hago. Cuando tengo una conversación con un amigo le pregunto “dime que es lo que puedo contar”, porque todo lo demás es para mí y yo con esa información me manejo. Eso me vale para desmentir cosas que sean falsas. Mi ego no lo tengo desarrollado. Y en un plató, a veces, trabajan mis compañeros, sus egos y los egos de sus egos.

¿Cómo te sientes en tus puestos de trabajo?

Me siento muy afortunada, porque tengo unos compañeros que muero por cada uno de ellos. Cuando entré en el Fresh para comenzar a trabajar en el programa de Sonsoles Ónega y veo que estaba Eva Espejo, la primera persona que me hizo hacer mi primer directo, y Miguel Ángel Nicolás me sentí súper protegida. Para mí ese programa es una vía de escape.

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Luis Miguel González

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