Las heridas emocionales se van forjando desde que somos niños, mediante la ocultación progresiva de nuestras emociones, que aprendemos a reprimir y maquillar, porque nos dábamos cuenta que había que crear un personaje cada vez más alejado de nosotros mismos para poder se aceptados por los seres que más queríamos, nuestros padres.
Dependiendo de cómo nos hemos sentido con ellos, las heridas aparecen de una manera o de otra. Si nos hemos sentido abandonados, criticados, ignorados o no suficientemente valorados, esas heridas aparecen y se van alimentando con más experiencias dolorosas. Estas heridas están escondidas sin darnos cuenta que existen, hasta que de improviso, cuando alguien toca ese aspecto de nosotros herido, se manifiesta en forma de ira, tristeza, ansiedad, angustia, impaciencia, o simplemente mediante una reacción desproporcionada. Esto ocurre porque ha sido reprimida durante mucho tiempo.
Da igual que tipo de herida sea y de las maneras en las que se ha producido. Todas las heridas tienen en común el conflicto entre lo que el niño siente y lo que necesita; de lo que sus padres y su entorno aprueba o permite. Porque, cuando somos niños, vivimos la alegría de ser nosotros mismos. Somos inocentes, confiados, alegres; pero después empezamos a comprobar que, para ser queridos, tenemos que adaptarnos a lo que los adultos esperan de nosotros, debido a nuestra necesidad de amor, afecto y aceptación. Cuando la herida es tocada de forma continúa y nos colocamos una máscara como protección y defensa ante el dolor, estamos, quizás sin saberlo, conformándonos un carácter. Por eso, las heridas acaban colocándonos delante de nosotros el color del cristal con el cual tenemos nuestra visión del mundo.
De forma resumida, estas serían las principales heridas que se forman en nosotros. Dependiendo de la experiencia, se manifestarán unas u otras, o varias de ellas.
- La herida del rechazo:Es la primera herida que se produce. Su origen está en el hecho de no haber sido deseado para venir al mundo, o bien el nacer con un sexo contrario al que deseaban nuestros padres. El mensaje que recibe la criatura es: “no te quiero en mi vida”. El niño, de manera inconsciente, va desarrollando la idea de no tener derecho a la vida misma. Esto se acrecienta mediante un padre o una madre, o ambos, que muestran frialdad, falta de dedicación o externalización de sus propios conflictos.Durante la edad adulta, la persona manifiesta ser una persona huidiza, evitando todo tipo de situaciones desagradables para evitar el rechazo, siendo una persona solitaria y con una máscara en su personalidad. Le será difícil experimentar experiencias placenteras y de éxito, debido a esa creencia interna de no merecimiento. Sienten que estorban y tienen dificultad de prosperidad económica, al mismo tiempo que muestran un gran interés por lo espiritual. Le será difícil acoger experiencias placenteras y de éxito debido a un sentimiento de vacío interno y a la creencia de “no merecer”.
- La herida del abandono:Se produce también a muy temprana edad. Es una herida muy parecida a la del rechazo. El mensaje es: “te quiero, pero no puedo estar contigo”. Sienten que no tienen los suficiente y que no se sienten queridos. Se ocultan bajo la máscara de ser independientes para no mostrar su verdadera necesidad, que es de necesitar atención y ayuda. Les cuesta hacerse responsables y tomar las riendas de su vida, siendo inconstantes y dejando a la mitad las cosas. Tienen sensación de escasez y procuran aprovechar las oportunidades para recibir, algo que necesitan continuamente.
- La herida de la humillación:Se origina cuando las acciones del niño son criticadas y juzgadas por sus padres, sintiéndose herido en su dignidad. Se siente humillado, degradado y vejado.El niño siente vergüenza y falta de libertad. Siente burla y su intimidad se ve agredida. La persona va tomando la actitud de autosabotaje y de hacerse daño a sí mismo, incluso cayendo en la sumisión para sentirse valorado y aceptado. Tienen vergüenza de sí mismos, sienten impotencia y temen hacer el ridículo. No se permiten disfrutar y se toman las cosas muy a pecho.
- La herida de traición:Su origen está en que el niño, a temprana edad empieza a darse cuenta que las promesas de sus padres no siempre se cumplen, sientiéndose traicionado. Son las típicas promesas que se hacen para que nos portemos bien pero que no son cumplidas cuando llega el momento. Tiene que ver con la idealización que se tiene de los padres a esa edad, teniéndoles como figura de referencia. El niño hace todo lo posible por conseguir el amor y la aprobación de ellos, y cuando no cumplen sus espectativas, se sienten traicionados.Cuando son adultos, estas personas tienden a compararse con las personas que admiran o toman como referencia, cayendo en la autocrítica y la autoexigencia. Disculpan a los demás, y sin embargo se culpan por no haber hecho las cosas igual de bien que los demás.
Proceso terapéutico con las emociones
Existe una secuencia durante la terapia para la sanación de las heridas emocionales. Lo primero que se trata para sanarlas es permitir expresar lo que nunca nos permitimos expresar. Esto hace que haya un momento donde se consiga la capacidad de controlar y sostener las emociones, evitando que nos dominen y consigan desbordarnos. En todo caso siempre se trata de un trabajo de observación, aceptación y transformación.
¿Dónde está la resolución del sufrimiento que generan las heridas? ¿Qué nos está indicando este sufrimiento? La solución está en seguir un camino, desde la expresión y comprensión hasta el cambio de percepción de aquello que nos generó la herida. Está en reconocer las creencias y los programas mentales que recibimos e integramos desde al infancia. Posteriormente, necesitamos agradecer todas las experiencias y los sistemas de protección que tuvimos que crear para sobrevivir a ellas. Cada experiencia desagradable nos hizo aprender. También es importante dejar de castigarnos y empezar a hacer caso a nuestras necesidades emocionales, reflexionando acerca de lo justos o injustos que hemos sido con nosotros mismos. Luego hay que empezar a generar respuestas distintas desde una mirada más adulta, no desde el niño/a que sufrió.
Para ello tenemos que empezar a tener una visión ya sin juicio, dejando atrás las quejas. Sin culpas a nadie ni a uno mismo/a.
Hasta que esa herida no está sanada, la vida nos hará repetir los escenarios y las experiencias que nos recuerden, mediante el sufrimiento, que la herida sigue sin sanar. Mientras no empecemos por aceptar lo que nos pasó, no acabaremos de aprender la lección que aquello nos dio; aceptación seguida de eliminación de culpa, miedo o juicio.
Para las personas que están acostumbradas a la meditación, la práctica continuada ayuda a conectarse con la calma, que es donde se encuentra nuestra verdadera identidad, esa que se encuentra por debajo del ego herido. Una identidad pura, que nunca ha sido ni puede ser dañada.
Pablo Ruiz Bellveser: Terapeuta de soluciones. Servicio de salud mental. Instagram: @pablobellveser